miércoles, 7 de noviembre de 2007

El artículo de Olga Sánchez en El País.


La Fiscal llorona.

Dice en una parte de su lastimoso y lloriqueante lamento: "Como en parte tuve ocasión de decir al final del juicio, la dignidad de los afectados y la memoria de las víctimas no han sido merecedoras del tratamiento dado en algunos medios de comunicación por personas que, a lo mejor, en su momento, pudieron aprobar la carrera de periodismo, pero que no tienen la altura y grandeza de una profesión tan importante en una sociedad democrática como la nuestra."

Ante semejante muestra de desprecio por la libertad de expresión y por quienes expresan la opinión de muchísimas personas, cabría decirle a esta llorona que confunde la crítica hacia ella con el desprecio a las víctimas, que no cabe mayor respeto a las víctimas que la búsqueda de la verdad y de quienes ordenaron aquella masacre. En absoluto se ha faltado a la dignidad de las víctimas por investigar y poner de manifiesto los errores, manipulaciones y ocultaciones de pruebas para dirigir la investigación hacia un sólo y predefinido sentido.

Lo que sí es tremendo es que una persona que, a lo mejor, en su momento, pudiera aprobar la carrera de derecho y la oposición a fiscal, pero que no tiene la altura y la grandeza de una profesión tan importante en una sociedad democrática como la nuestra, confunda el no estar de acuerdo con sus tesis y procedimientos -como tampoco lo ha estado el Tribunal y de ahí la sentencia- con una falta a la dignidad de las víctimas. Esta llorona va del ¡vale ya! al ¡yo soy la justicia! tan alegremente como se dedica a jugar a meterse en una profesión a la que dice respetar y a la que insulta ya sólo con su cursi prosodia.

El que una fiscal a quien la sentencia ha tumbado su tesis y ha puesto en libertad a los que consideraba principales encausados, venga a intentar dar lecciones de algo, es grotesco y demuestra una nula capacidad de análisis y de autocrítica. Si su trabajo lo hubiera hecho de forma más profesional es muy posible que ahora sí estuvieran encausados y condenados no sólo los autores materiales detenidos bajo el gobierno de Aznar, sino también los cerebros e inductores de la matanza. Eso sí hubiera sido respetar la dignidad de las víctimas, y no tanto lloro.

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