miércoles, 22 de diciembre de 2010

Un regalo navideño


La pequeña Bea no conseguía envolver esa caja con el papel de regalo que había cogido de encima de la mesa. Llevaba ya un buen rato sentada en el suelo y afanándose en ello, pero no hacía más que desenrollar ese papel dorado sin conseguir otra cosa que llenar el suelo de trozos arrugados... Y la caja seguía sin estar envuelta. Tan absorta estaba que no oyó que su padre había entrado en el comedor.

-¿Pero qué haces? ¿Quién te ha dado permiso para coger esto? Este papel era el único que quedaba para envolver los caramelos y adornar el árbol de Navidad. -Dijo el hombre mientras cogía a la niña de un brazo y la zarandeaba sin que la pequeña apenas tocara el suelo con sus piececitos- ¡Niña mala, vete a tu cuarto castigada!

La niña tenía los ojitos abiertos de par en par y llenos de lágrimas, pero ni un sonido salió de su boquita cerrada en un mohín de pena. El padre la llevó a su cuarto, la empujó dentro y cerró la puerta con un sonoro portazo.

-¡Y no te muevas de ahí hasta que yo te lo diga!

El hombre se dirigió hacia un mueble desvencijado y tomó una foto. Dirigiéndose a ella bramó:

-¡Y tú seguro que pasándotelo estupendamente por ahí, en ese supuesto cielo del que siempre hablabas y con ese Dios que ha preferido llevarte con él a dejarte aquí educando a tu hija y cuidando de tu marido!... -Apoyó una mano en el estante y prosiguió en tono más relajado- Mientras, aquí estoy yo con esta niña malcriada que acaba de romper lo único que conseguí para dar un poco de color navideño a esta triste casa. Va camino de salir clavadita a tí, todo el día soñando y sin vivir en la realidad.

Volvió a dejar la foto y se apartó bruscamente del mueble. Luego se paró, bajó la cabeza y sus hombros se descolgaron. Un leve estremecimiento recorrió su espalda. Volvió a acercarse al mueble y sin levantar la mirada rozó levemente la foto. Lentamente se agachó, recogió los trozos de papel dorado del suelo y apartó con el pie la caja que la niña intentaba envolver. Ésta fue a parar debajo de una vieja butaca cubierta por unos ajados faldones.

A la pequeña le pareció que había trascurrido una eternidad hasta que su padre volvió a abrir la puerta de su cuarto y le acarició la cabeza. El hombre apenas la miraba mientras con un poco de papel le limpiaba los mocos que colgaban de su naricita. La dureza de su expresión parecía como un escudo ante un terrible sentimiento de dolor. La niña hipó levemente y su padre se puso en pie como un resorte. Se giró, cogió su chaqueta y se dirigió a la puerta de la calle. No volvió a mirar hacia atrás mientras la cerró tras de sí.

La niña fue al comedor. Se quedó un rato de pie con su dedo índice entre los dientes y luego empezó a dar vueltas por la habitación. Al cabo de un rato encontró aquella caja vacía debajo de la butaca.

Se dirigió a la cocina y observó como sobresalía un trozo de papel dorado del cubo de la basura.

A sus tres añitos ya sabía que esa noche era Nochebuena, pero en su casa no había más que una triste rama de pino con algunos trocitos de papel plateado pinchados aquí y allá. Al acercarse al árbol percibió más el olor a tabaco que desprendían que aroma alguno a pino. Pero en su cara apareció una sonrisa.

Esa noche no oyó a su padre llegar, pues ella durmió de un tirón. Se levantó temprano y, sin hacer ruido se dirigió a la vieja butaca. Se agachó y sacó de debajo esa caja apenas envuelta en algunos trozos de papel dorado.

Abrió el cuarto de su padre y se acercó a la cama donde dormía. Allí permaneció con la caja entre sus manitas hasta que él despertó.

-Feliz Navidad, papá. -Dijo mientras alargaba los brazos para entregarle el regalo.

El hombre se incorporó, se restregó los ojos y sonrió tristemente. Una punzada de dolor le atravesó mientras rozó la cabeza de la niña y tomó la caja. La abrió despacio... Estaba vacía. La cara se le mudó y con furia se dirigió a la pequeña:

-¿Te parece bonito gastar esta pesada broma? ¿No sabes que no tenemos ni para comer y que me siento fatal por no poder comprar regalo alguno? ¡Y tú vas y me traes un regalo vacío para hacerme sentir peor!

La niña levantó sus ojos donde empezaban a brotar de nuevo las lágrimas.

-Pero papá..., ¡no está vacío!: Llené la caja de besos anoche, antes de envolverla. Es verdad, puse muchísimos besitos... -Las lágrimas ya resbalaban por sus sonrosados mofletes.

El hombre jamás había creído que una mirada pudiera doler tanto. Sintió que una espada candente atravesaba su frío corazón mientras la niña bajaba la cabecita y se disponía a alejarse de él. Alargó los brazos y la atrajo hacia sí. Se fundió en un intenso abrazo con su pequeña mientras todo su cuerpo tiritaba con una entrecortada respiración.

-Hija mía, mi pequeño gran regalo... Perdóname  -Apenas susurró mientras sus lágrimas se fundían con los besos que daba a su hija.

En la calle, unos chiquillos buscaban con la mirada la ventana de la que salían unas sonoras carcajadas infantiles. Y en el cielo, alguien esbozó una sonrisa.