martes, 24 de octubre de 2017

Demócratas de boquilla


Llevo años defendiendo que la Constitución tendría que haberse reformado hace mucho, pues estaba pensada para la Transición y no hay transición que dure cuarenta años. Pero en absoluto estoy de acuerdo en que se cambie ahora con la excusa de la rebelión catalana y para contentar a los nacionalistas.

Guste o no guste, mientras la Constitución, o cualquier otra ley, esté vigente, hay que acatarla. Mecanismos hay para cambiarla, pero no vale saltarse lo que no gusta sin que democráticamente se haya aceptado por todos.

En cuanto a lo de un "referéndum pactado" para que los catalanes decidan sobre la territorialidad de España, no sólo es ilegal -no porque esté prohibido convocar un referéndum, sino porque no se puede trocear la soberanía del pueblo español sin el consentimiento de todo el pueblo español- sino que es contrario al sentido común y a la historia común, además de insolidario. Y lo que sí es un sinsentido es que durante más de treinta años se esté permitiendo enseñar en diferentes puntos de España una Historia de España a la carta de los diferentes nacionalismos, generando "sentimientos" basados en irrealidades y quimeras contrarios a España.

Yo voté no a esta Constitución por diferentes motivos, entre ellos el que abría la puerta a que se desembocase en lo que ahora ocurre, pero una vez aprobada por la mayoría de los españoles y no sólo por sus representantes, la acaté y defiendo que se acate. Sin desistir de la aspiración de que se cambie lo que no me convence, pero por los procedimientos que esa Constitución dicta para ello. Mientras tanto esa Constitución y sus símbolos son los de todos. Quienes ahora no los respetan no podrán exigir luego, si consiguen cambiarlos democráticamente, que los demás respetemos los que a ellos sí les gusten. Nunca respetaré las ideas que no respeten las mías.

Considero mucho más demócrata a todo el que cumple y acata lo que determina la mayoría, sin estar de acuerdo con ello, que aquel que se salta todo lo que no le gusta por mucho que la mayoría lo haya aprobado. El demócrata acepta el resultado de la mayoría, le guste o no; el que no es demócrata sólo acepta aquello con lo que está de acuerdo, incumpliendo todo aquello otro con lo que no está de acuerdo y despreciando la opinión de la mayoría expresada democráticamente.

El antidemócrata se dice demócrata porque acepta los votos, pero si votan sólo los suyos y los que piensan como él; no lo que vota la mayoría en la que se incluya a todos los que piensen lo que quieran pensar.