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lunes, 13 de agosto de 2012

El canalillo


No hay cosa más patética que un hombre intentando disimular que no mira el escote de una mujer, cuando es evidente que se está despeñando por su canalillo. Además, ¡es que le pillan siempre!.. Por mucho que disimule y haga como que está mirando esa lámpara horrible del techo, lo cazan una y otra vez. Así que yo he decidido no disimular. Incluso hasta lo publicito.

Jamás se me ocurriría contestar a una mujer que me diga eso de "¿qué miras?", con un "es que observo si lo que me dices te sale del corazón", cuando está clarísimo que los ojos se me salen tras ese canalillo que separa dos fundamentos del mundo.

Del mundo, de la vida, del sexo, del amor, y hasta de la tracción animal, por aquello de las carretas. De bebé, supongo que veía una teta y lloraba de hambre. Ahora sigo igual, lloro de ganas de comérmela; a esa, a la otra, y a la dueña. Debe ser cosa de la edad, que aumenta el apetito.

El canalillo ha evolucionado, y para mejor. Yo recuerdo que de pequeño creía que por ahí respiraban las mujeres. Luego descubrí que es por donde suspiramos los hombres. Ahora el canalillo no parece ya una raja. Las libertades mamarias han quitado rigor y rigidez a las prendas femeninas y ya ese canal se convierte en valle. De lágrimas. Al menos para muchos que tenemos que conformarnos con el del ama de cría, a falta de la teta de quien nos roba el alma.

Cierto que también se llevan esos bra que convierten el canalillo en una prolongación de la raya del pelo. Hay a quienes parece que la cabeza les brote del mismo. Y van tan contentas. Esas no tienen misterio. El canalillo debe formar parte de la mujer, no al revés.

Y volvemos con la dichosa playa, que se ha empeñado en matar el misterio y anular el morbo de una mujer. Me pasa como con las piernas. Me embeleso con el canalillo de aquella que aún apresa sus senos, mientras me rodean tetas libres por todos lados. Ya lo he dicho antes, ¿será la edad?

Y es que, aunque ya estoy mayor, no quiero biberón; sigo prefiriendo teta.

jueves, 12 de agosto de 2010

Unas piernas femeninas.

No lo puedo remediar, reconozco que las piernas femeninas son mi perdición. Es algo que capta mi atención y hace que mis ojos se peguen a ellas como un imán. Así que me lo notan enseguida. Y es que ni disimulo ni me da la gana disimular. Y si tengo oportunidad, lo digo sin cortarme un pelo. Ello me ha llevado a situaciones de lo más pintorescas. A veces embarazosas, pero las más de las veces simpáticas e incluso sorprendentemente agradables.

A muchas de mis amigas y a casi todas mis amantes las he conocido así; primero a sus piernas. Luego esas piernas me fueron presentando a la mujer a la que pertenecían, y de ese modo las descubrí y aprecié. Claro que también hay piernas que siguen siendo piernas y sólo piernas, y nunca serán más que unas piernas. Y otras, de las que más me hubiese valido salir por piernas antes que haberme acercado.

Hay piernas largas, eternas y delgadas; y las hay pequeñas y torneadas. Y casi siempre llegan hasta el suelo. Todas las mujeres suelen tener dos y son tan malas amigas que difícilmente te dejan una para que juegues a masajista o a catador de jamones. Son unas egoístas y no practican la caridad para con el necesitado.

Pero hay algo curioso, pues si bien vendo mi alma por unos muslos medio mostrados bajo unas faldas, no me sucede lo mismo cuando paseo por la playa y las veo desde su comienzo, que en algunas es justo debajo de la axila. No. Si en ese paseo por las terrazas playeras hay alguna con faldas, sentada mostrando muslos asomados, automáticamente desaparecen de mis ansias todas las que están sin misterio, y mis detectores de complicaciones se centran sólo en ésas que aún ocultan unos centímetros.

El arte de cruzar las piernas con sensualidad es el mejor remedio anti envejecimiento. Convierte a la mujer madura en un monumento mucho más admirable y joven que una veinteañera que no posea esa habilidad. Y si ya las culminan con unos tacones de aguja, desaparece de mi percepción el resto del paisaje, sea éste playa, salón, pub o freiduría andaluza.

Si esos tacones se complementan con unas medias -lisas, eso sí, que no quiero dibujitos que me distraigan de lo importante- entonces mejor que no lleven encima a una vendedora de ruedas para escopetas, porque me termino comprando cuatro. O cinco, depende de las rodillas. Y luego, a ver qué hago con tanta rueda que ni sé para qué sirven ni tampoco tengo escopeta.

Unas piernas femeninas, todo un comienzo o todo un final. Aviso de recibimientos o de bruscas despedidas. Sorbetes de lujurias breves, certezas de fantasías.

Sé que esto no debería decirlo, que se me tachará de mirar sólo la fachada, de fetichista o hasta de salido mental. Pues bien, soy todo ello, y más, delante de unas piernas bien mostradas. Puede que hasta se me tache de viejo verde. Otro acierto; toda mi vida he sido verde, he estudiado para ello, y ahora ya he culminado mi vocación pues también soy viejo. Así que he llegado a la meta. Me siento realizado. Soy un viejo verde, me fascinan las piernas femeninas y ejerzo de admirador de sus dueñas. Y además, aún no me pienso retirar, ¿qué pasa?