viernes, 23 de enero de 2015

Intervención íntegra de Aznar en la Convención Nacional del Partido Popular:


“Tal día como hoy hace 20 años yo estaba en San Sebastián enterrando a Gregorio Ordóñez. Se había iniciado la campaña de liquidación del Partido Popular en el País Vasco y en toda España. Siguieron Alberto y Ascensión. Luego, muchos otros. Yo también; la diferencia es que tengo la fortuna y el privilegio de poder contarlo.
A Gregorio no lo asesinaron porque sí. Lo asesinaron porque sabían que era el mejor. Porque no soportaban que fuera el político más querido de San Sebastián, porque era el que más trabajaba, el que mejor se hacía entender. Especialmente cuando decía alto y claro que en el País Vasco los únicos que sobran son los asesinos y sus cómplices, se vistan como se vistan. Sobraban entonces y, por cierto, siguen sobrando ahora.
Estoy muy contento por estar con todos vosotros, también para que juntos podamos recordar a Gregorio, como recordaremos siempre a todos aquellos a los que ha golpeado el terrorismo.
Cuando se supo que yo iba a intervenir en esta Convención, muchos escribieron: “Aznar vuelve”. Yo leía ese tipo de titulares y me preguntaba: ¿de dónde? ¿A dónde me había ido yo? Yo no vuelvo hoy de ninguna parte porque nunca me he ido a ninguna parte. Estoy donde siempre y estoy como siempre. Porque sigo creyendo que el Partido Popular es el mejor instrumento para defender los intereses de los españoles. Ahí es donde estoy y donde he estado siempre y donde seguiré estando en el futuro.
Creo que España necesita más Partido Popular, no menos.
Necesita más nación, más Estado y más unidad, no menos.
Necesita más determinación frente a quienes quieren acabar con nuestros valores y nuestras libertades, no menos.
Necesita más Estado de derecho y más ley, nunca menos.
Necesita más espíritu de la Transición y del pacto constitucional. Más reformas y más confianza, y no menos.
Necesita creer más en sus propias fuerzas y no atormentarse cuando se detecta alguna debilidad. Necesita más ciudadanos protagonizando un proyecto compartido de éxito, y no menos.
España necesita ambición. Necesita la ambición de volver a ser un país fuerte.
Dueño de su futuro. Un país emprendedor, que proyecta, que innova, que quiere dejar su huella. Que quiere ser protagonista. Lleno de energía. Que anima, que estimula.
Que facilita las cosas y que premia a quienes lo intentan y se esfuerzan cada día por dar un paso más adelante y para que su país sea mejor. Como se merece.
Por todas estas razones España necesita hoy más Partido Popular, no menos. Y necesita que el Partido Popular esté y que se note que está.
Porque la crisis institucional y la crisis económica se van a superar “con” el Partido Popular, y no “a costa” del Partido Popular.
Nos van a juzgar los ciudadanos, y no han sido tiempos fáciles para muchos. Por eso creo es
una opinión, pero lo creo que a los españoles tenemos que despejarles algunas dudas.
Hay quienes dan por amortizado al PP. Y tal vez haya españoles que se estén haciendo esta pregunta: ¿aspira realmente el PP a ganar las elecciones? Y a eso hay que contestar.
Quiero repetir la pregunta: ¿aspira realmente el Partido Popular a ganar las elecciones?
Para empezar, no despreciemos ni el desánimo de algunos, ni los recelos o el enfado de otros. A todos ellos, y a muchos más, vamos a decirles con claridad y con sencillez, que sí, que el Partido Popular aspira a ganar las elecciones. Que quiere ganarlas para seguir forjando mayorías, para seguir siendo la expresión de la mayoría política y social de España.
Que las quiere ganar, precisamente, para devolver el ánimo a los desanimados; para dar certezas a los que dudan, y para que aquellos que están enfadados sepan que, para nosotros, ellos siguen contando.
Queremos ganar las elecciones para que las cosas que se han hecho bien se hagan mejor. Y para que las cosas que se han hecho menos bien, se corrijan.
Podremos equivocarnos. No somos infalibles ni perfectos. No lo somos. Ni somos infalibles ni debemos permanecer indiferentes a las voces que con todo derecho preguntan, critican y exigen. Pero la cuestión ahora es quién ofrece para España un proyecto creíble. Un proyecto en el que se pueda confiar y que pueda ser útil.
No lo tiene la izquierda, que está dividida en tres: los que han decidido hundir su propio barco, los que están en la inopia y los populistas. A todos se les cayó encima el Muro de Berlín. Y a algunos también se les van a caer ahora los cascotes del fracaso del chavismo.
Tampoco tiene un proyecto para España el nacionalismo. Salvo el que consiste en intentar romper España, cuando lo único que conseguirían sería romper Cataluña. Los mismos por
cierto que dicen que el Estado es su enemigo mientras el Estado les llena la caja que han vaciado para que puedan pagar a fin de mes.
Tampoco lo tiene el nacionalismo que en el País Vasco quiere enterrar la historia heroica y ejemplar de las víctimas y de la lucha del Estado de derecho para sustituirla por ese relato intragable que envuelve juntos a víctimas y verdugos.
Los mismos por cierto que rechazan la Constitución y que dicen que el Estatuto está muerto pero corren a protegerse con la Constitución y el Estatuto cuando alguien pregunta sobre el Concierto Económico.
No hace falta mucho esfuerzo para imaginar qué habría ocurrido con España en estos años si todos estos hubieran tenido alguna responsabilidad de gobierno más.
Y en este escenario, ¿dónde queda situado el Partido Popular? Pues donde es más necesario: en la centralidad. Nos sitúa en el eje de la estabilidad de España, compartiendo con los españoles el único proyecto político real que se les ofrece.
Un proyecto que va más allá de un Gobierno concreto, porque es un compromiso firme con una nación unida, en la vanguardia de Europa y presente en el mundo.
Una nación seria en sus responsabilidades y constante en su modernización. Una nación plural pero de ciudadanos iguales; una nación solidaria, responsable, que crea y ofrece oportunidades.
Una nación reconocible y cierta, que ha demostrado ser capaz de lo mejor, de afrontar las pruebas más difíciles.
Creo que pocas veces ha habido en España tantos tan confundidos sobre los verdaderos desafíos que tiene nuestro país.
Unos creen que su desafío es romper el Estado y destruir la nación. Otros, que el desafío es quebrar el sistema político con la coartada de la corrupción. Y para algunos, el desafío debería ser simplemente aclararse: aclarar si lo que quieren es una federación confederal o una confederación federal; una federación asimétrica o una asimetría federada; una autonomía confederada o una confederación autonómica.
No son esos los desafíos reales de España. Se equivocan. Pero nosotros no debemos equivocarnos. Lo que puede dar bienestar, progreso y oportunidades no es la ruptura, ni la destrucción, ni la revancha, ni la confusión..
El verdadero desafío es garantizar el futuro del modelo de bienestar y crear oportunidades de empleo. Es seguir modernizando España y apoyar las iniciativas que construyen. Es estar en el puente de mando de Europa y no en la sala de cuarentena.
Tenemos que fortalecer las clases medias. Son la columna vertebral de una sociedad y dan la medida de su progreso. Queremos una sociedad en la que la diferencia que importa sólo la marquen el trabajo, la superación y el esfuerzo.
Fortalecer las clases medias, después del inmenso esfuerzo que han hecho, significa bajar los impuestos a los que trabajan y ahorran; a los que piensan en su futuro y en el de sus hijos; a los que arriesgan para crear.
Significa mejorar la educación de todos en conocimiento y valores. Significa reconocer el talento y alentar la suma de aspiraciones legítimas que impulsan a un país hacia su futuro.
Debemos recordar que debajo del ruido, en medio de muchas dificultades, hay un país en el que muchos han luchado contra la crisis; que la han superado o que tal vez han caído pero están decididos a levantarse. Ellos son imprescindibles. Tienen que ser más y tienen que sentir nuestro apoyo para que sean más.
Entre ellos, y muy principalmente, los jóvenes. Muchos se sienten excluidos en la crisis. No debemos permitir que se sientan excluidos en la recuperación.
Estoy convencido de que si nos comprometemos a forjar una gran alianza social y empresarial por el empleo de los jóvenes, los jóvenes no van a fallar.
Estos son los verdaderos desafíos de los españoles, y por tanto los que debemos hacer nuestros.
Pero, además, algunos deben saber que para esos otros desafíos, para los suyos, también tenemos respuesta. La respuesta es hacer política, la mejor política, la que convoca y articula a las mayorías sociales hacia objetivos compartidos. Y la respuesta es también la Constitución y la ley.
Nadie tiene el derecho de dividir y enfrentar a una sociedad. Y debe quedar claro que nadie puede echar un pulso a la democracia y al Estado sin que eso tenga consecuencias.
Los secesionistas dicen que los catalanes están encantados de ir hacia el abismo que les preparan. No lo creo. No es verdad. Y frente a eso hay una política por levantar y hay un gran esfuerzo de movilización por hacer.
Hay que hacerlo con constancia y con generosidad, para que Cataluña no quede secuestrada y enmudecida por el independentismo. Hay que hablar de la Cataluña plural y con la Cataluña plural. Siempre lo hemos hecho. Y, desde luego, órdagos, ninguno. Secesiones, ninguna. Y chantajes, sencillamente, no se acepta ninguno.
No nos asusta la Cataluña plural y moderna. Es la que queremos: Cataluña completa y con todos. Les asusta a ellos, que no la quieren, que la temen porque les contradice y les desmiente. Por eso buscan la Cataluña dividida y mutilada, porque sólo en ella podrían imponerse.
Por tanto, hay que hacer una política nacional clara. Ley frente al que quiere romper la convivencia. Y ley, también, frente a quien la ha dinamitado. Por eso, no debe haber dudas; y si alguien las ha tenido o las tiene, le vamos a ayudar a que salga de ellas:
∙ los terroristas en la cárcel, cumpliendo sus penas;
∙ los que siguen apoyándoles y les exaltan, a los tribunales;
∙ y a las víctimas, estén donde estén, puertas abiertas y brazos extendidos. A las víctimas, memoria, dignidad y justicia. Hoy, mañana y todos los días, aquí, en Estrasburgo, en Bruselas o en San Sebastián, donde sea.
Algunos nos invitan a pasar página. Yo digo que de eso, nada.
Hay que tener bien abierto el libro del sacrificio de nuestros compañeros y de nuestros compatriotas. Para que se siga leyendo completo. Para que nadie lo envíe al rincón donde habita el olvido.
No vamos a cerrar el libro de su sufrimiento y de su virtud. No es historia del PP, es el presente de todos. Es lo mejor de lo que somos, porque nos hicieron mejores y se lo debemos a ellos.
Hace unos minutos he hecho una pregunta, y ahora me gustaría formular otra.
Es posible incluso que a más de uno os la hayan hecho alguna vez. Y hay que darle la respuesta adecuada. La pregunta es esta: ¿dónde está el Partido Popular?
Y yo voy a responder a esa pregunta. Yo estoy hoy aquí porque creo que el Partido Popular está hoy aquí. El Partido Popular está aquí.
Es el partido que nunca ha tenido las cosas fáciles, el que ha permitido que España tuviera una alternativa real que pudiera hacerse cargo de las herencias de otros, que se cuentan por desastres.
Lo sabéis muy bien en los ayuntamientos y en las Comunidades Autónomas.
Sabéis muy bien en qué condiciones habéis tenido que hacer el esfuerzo de gobernar durante estos años.
Y quiero que este partido, que hoy está aquí, esté pronto otra vez en las calles y en las urnas, en primera línea, defendiendo la democracia y las libertades, con la cabeza bien alta.
El Partido Popular sois vosotros y muchos más. Todos los que conocen el lado duro y desagradecido de la política, los que asumen el compromiso más noble y más generoso con su país.
Y quiero deciros que creo, sinceramente, que necesitamos gente de valía que reivindique la política. Y por eso, hoy como siempre, serenamente y mirándoos de frente, os digo que la corrupción es un cáncer que no podemos tolerar. Os digo que cada uno tiene que responder de sus actos; con la ley, con todas sus garantías pero con todas sus exigencias.
Y os digo que yo respondo de los míos desde el primero hasta el último.
Mirándoos de frente os lo digo: de mis actos respondo desde el primero hasta el último.
Lamentaremos las decepciones y asumiremos los errores; seguiremos trabajando para recuperar confianzas perdidas y sumaremos esfuerzos para proteger y fortalecer las instituciones. Pero necesitamos la política y necesitamos a personas que sigan comprometiéndose con el interés común.
Por eso, tenemos que separar a los que de verdad quieren acabar con la corrupción de los que con
la coartada de la corrupción quieren acabar con el sistema
democrático. Distingamos y ayudemos a distinguir.
Porque no hay nada bueno en la fragmentación, ni en la inseguridad; eso no es más democrático o más eficaz o más deseable. No hay nada bueno en dejar de ser un anclaje firme de estabilidad en Europa y convertirse en una fuente de problemas.
Europa conoce bien que el populismo es hijo de la antipolítica, siempre con la coartada de la corrupción. Pagamos un precio muy alto en el pasado y pagaríamos de nuevo un precio muy alto si perdiéramos de vista que ese cuento siempre termina mal.
Recuperar la confianza no es fácil. Pero no estamos ante elecciones administrativas, ni ante elecciones de ensayo y error; esto tienen que entenderlo muy bien todos los ciudadanos. Serán elecciones cruciales en las que se decidirá si se pone fin o no a décadas de libertad y de progreso. Hay que decidir si seguimos adelante corrigiendo errores o si saltamos al vacío.
No se decidirá entre continuidad o cambio. Se decidirá entre cambiar para destruir o cambiar para construir.
Nosotros, como partido, tenemos que empezar a escribir un nuevo capítulo mirando a los que nos han dado su confianza.
Tenemos que afirmar nuestro proyecto. Despejar niebla y confusión sobre lo que somos y sobre lo que queremos.
Hacemos reformas porque creemos en el cambio para mejorar. Y también se nos aplica la obligación de cambiar para mejorar.
No se trata de apelar al miedo. Se trata de apelar a la ambición de hacer un país mejor para todos. Nunca hemos apelado al miedo. Siempre hemos creado confianza en los españoles ofreciéndoles propuestas ambiciosas, moderadas, razonables, probadas.
Nunca hemos trasladado nuestras responsabilidades a los electores, nunca hemos pretendido convertir nuestros problemas en los suyos. Y así debemos seguir.
Eso es lo que nos ha diferenciado, lo que gusta de nosotros, lo que atrae y lo que nunca decepciona.
Hemos probado nuestro compromiso con la libertad y con la democracia.
Habremos hecho cosas mal, pero menos que cualquiera.
Tendremos motivos para la rectificación y para la enmienda, pero ganamos en cualquier comparación.
Pero no basta con eso. Tenemos que aspirar a ser los mejores, no a ser los menos malos. Porque sobre esa base no se puede construir ningún proyecto político que valga la pena.
Nuestra historia como partido se puede resumir en tres palabras: sumar, sumar y sumar. Incorporando a todo aquel que quiera comprometerse.
No podemos responder al “todos contra el PP” con “el PP contra todos”. La respuesta al “todos contra el PP” tiene que ser un Partido Popular más abierto que nunca, más comprometido que nunca con los valores en los que se funda nuestra convivencia.
Un Partido Popular listo para ir contra todo miedo y contra toda ira que quieran establecer en la sociedad española.
Tenemos que ofrecer cuatro años de esfuerzo y de entrega del mejor Partido Popular, no cuatro años de un PP que, simplemente, evita que gobiernen otros. Eso serían cuatro años perdidos.
Debemos y podemos ofrecer un proyecto claro, el nuestro, y un compromiso creíble de llevarlo adelante. Hay que salir a cara descubierta, fieles a nosotros mismos, fieles a nuestro electorado. Seguros, predecibles y fiables.
Hay que tender puentes. Todos los que sean necesarios y más. No para marcharnos a ninguna parte, sino para que venga todo el que quiera hacer crecer nuestro proyecto para España y para sacar adelante el futuro de nuestro país.
Y crecer no es desplazarse, es estar donde se estaba y además en sitios nuevos. Y eso se hace sumando, sumando y sumando.
Va a haber oportunidad de hacerlo, porque la izquierda empieza a mostrar su peor versión.
Muchos españoles moderados no van a acompañarla en ese viaje de revancha que conduce a la destrucción de los consensos. Al viejo lenguaje de confrontación hecho de palabras como puños.
Y debemos recordar que la centralidad no se gana a costa del proyecto sino gracias a él. Nosotros no tenemos que ir al asalto de nada, tenemos que ir al encuentro de todos los que quieren que España siga adelante. Esa es nuestra obligación, esa es nuestra responsabilidad.
Algunos querrán dividirnos e intimidarnos, porque siempre queda algún ingenuo que cree que eso se puede hacer con el PP. Intentarán que nos metamos debajo de la mesa y que nos avergoncemos de ser lo que somos. No lo vamos a hacer.
No hay razón para desistir ni para esconderse de nada; hay razón para el coraje y para las convicciones.
Necesitamos unidad alrededor de lo que nos define como partido.
Necesitamos valentía y empuje para recuperar el terreno que parece abandonado, pero que aún no ha sido ocupado por nadie. Y estoy convencido de que los españoles quieren que nos volvamos a encontrar.
Nosotros debemos estar a lo nuestro, a lo que los ciudadanos siempre han visto en el Partido Popular. Trabajando día a día, sin dar espectáculos y sin montar un circo en cada plaza.
Creo que los españoles nunca han necesitado de todo nuestro proyecto político tanto como hoy.
Tenemos la obligación de ganar las próximas elecciones. Si me permitís decirlo, tenemos una obligación casi histórica de ganarlas.
Aquí no está en juego el futuro de nuestro partido, sino el de España, que pasa hoy por el éxito del Partido Popular. Como ha pasado en los últimos veinte años, se diga lo que se diga y lo cuente quien lo cuente.
Hace años mucha gente nos decía que aspirábamos a cosas imposibles. Pero creíamos que eran cosas necesarias, así que no decidimos a hacerlas posibles.
Muchos de los que estáis hoy aquí lo recordaréis bien.
Hoy, algunos vuelven a plantearnos ese mismo desafío: dicen que lo tenemos casi imposible.
Pero de nuevo creemos que se trata de cosas necesarias. De manera que yo creo que tenemos que decidir volver a hacerlas posibles.
Hacer posible que se renueve la confianza con los españoles.
Hacer posible la ilusión por un proyecto común de progreso y bienestar.
Hacer posible el final de la deriva disolvente y egoísta que algunos pretenden excitar.
Hacer posible que seamos el país que debemos ser.
Estoy convencido de que son una inmensa mayoría de dentro y de fuera de nuestro partido, a derecha o a izquierda, los españoles que no están dispuestos a levantarse una mañana y descubrir que España es apenas ya nada.
Por ellos debemos estar dispuestos a soportar cualquier carga y a hacer cualquier esfuerzo. Este partido se ha construido sobre bases muy sólidas. Los españoles lo saben, pero tenemos que recordárselo. Tenemos que recordarles que somos su partido.
Tenemos que renovar el contrato que les ofrecimos. Hacer de sus exigencias legítimas la razón de un nuevo vínculo político para un tiempo también nuevo de unidad, de empleo, de libertad y de solidaridad.
Esa es nuestra tarea. Sabemos hacerla. Y para ella, si queréis, contad conmigo.
Estoy donde siempre. Estoy con vosotros”.

miércoles, 7 de enero de 2015

lunes, 5 de enero de 2015

Carta a lo Magos de Oriente

Queridos Reyes Magos:
Os pido unas frutas con sabor a frutas, un mar que huela a mar y un campo que suene a campo. También quisiera un beso con sabor a siempre y una sonrisa que no sea mueca. Me encantaría también un mundo sin sectas y que los idiotas lleven cartelito, por no perder tiempo descubriéndolos, vaya.
Quisiera abrazos sin precio y que los rencores engorden. Y como el futuro no es más que una posibilidad, un presente más largo.
Y que me mire...
Gracias.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Mensaje de Navidad de Felipe VI



Buenas noches.

Quiero, en primer lugar, daros las gracias por abrirme vuestras casas en esta Nochebuena. Un momento que es, sobre todo, de cercanía y de reencuentro; un momento para aproximarnos, para mirarnos con la voluntad y el deseo de entendernos, para transmitir a las personas que nos rodean nuestros mejores sentimientos de afecto, de paz y de alegría.

Hoy quiero estar a vuestro lado para compartir -en el primer mensaje de Navidad que os dirijo-, unas reflexiones sobre nuestro futuro, con la mirada puesta, con confianza en el año 2015.

Estamos viviendo tiempos complejos y difíciles para muchos ciudadanos y para España en general. La dureza y duración de la crisis económica produce en muchas familias incertidumbre por su futuro; la importancia de algunos de nuestros problemas políticos genera inquietud; y las conductas que se alejan del comportamiento que cabe esperar de un servidor público, provocan, con toda razón, indignación y desencanto.

Los problemas que he mencionado han dado lugar a una seria preocupación social. Sin embargo, no debemos dejarnos vencer por el pesimismo, el malestar social, o por el desánimo; sino afrontar con firmeza y eficacia las causas de esos problemas, resolverlos y recuperar el sosiego y la serenidad que requiere y merece una sociedad democrática como la nuestra.

El pasado mes de octubre afirmé en Asturias que necesitábamos referencias morales a las que admirar, principios éticos que reconocer, valores cívicos que preservar. Decía, entonces, que necesitábamos un gran impulso moral colectivo. Y quiero añadir ahora que necesitamos una profunda regeneración de nuestra vida colectiva. Y en esa tarea, la lucha contra la corrupción es un objetivo irrenunciable.

Es cierto que los responsables de esas conductas irregulares están respondiendo de ellas; eso es una prueba del funcionamiento de nuestro Estado de Derecho. Como es verdad también que la gran mayoría de los servidores públicos desempeñan sus tareas con honradez y voluntad de servir a los intereses generales.

Pero es necesario -también y sobre todo- evitar que esas conductas echen raíces en nuestra sociedad y se puedan reproducir en el futuro. Los ciudadanos necesitan estar seguros de que el dinero público se administra para los fines legalmente previstos; que no existen tratos de favor por ocupar una responsabilidad pública; que desempeñar un cargo público no sea un medio para aprovecharse o enriquecerse; que no se empañe nuestro prestigio y buena imagen en el mundo.

Pocos temas como éste suscitan una opinión tan unánime. Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción. La honestidad de los servidores públicos es un pilar básico de nuestra convivencia en una España que todos queremos sana, limpia.

También quiero hablaros de la situación económica, porque continúa siendo un motivo de grave preocupación para todos. Los índices de desempleo son todavía inaceptables y frustran las expectativas de nuestros jóvenes y de muchos más hombres y mujeres que llevan tiempo en el paro. Es cierto que nuestras empresas son punteras en muchos sectores en todo el mundo; pero también lo es que nuestra economía no ha sido capaz, todavía, de resolver de manera definitiva este desequilibrio fundamental.

No obstante, es un hecho -muy positivo- que las principales magnitudes macroeconómicas están mejorando y que hemos recuperado el crecimiento económico y la creación de empleo. Estos datos son una base nueva para la esperanza de que, en el futuro, puedan generarse de forma sostenible muchos más empleos y, especialmente, empleos de calidad.

Es evidente, por tanto, que la lucha contra el paro debe continuar siendo nuestra gran prioridad. El sacrificio y el esfuerzo de los ciudadanos durante toda la crisis económica exige que los agentes políticos, económicos y sociales trabajen unidos permanentemente en esta dirección, anteponiendo sólo el interés de la ciudadanía. Porque la economía debe estar siempre al servicio de las personas.

Por eso, debemos proteger especialmente a las personas más desfavorecidas y vulnerables. Y para ello debemos seguir garantizando nuestro Estado de Bienestar, que ha sido durante estos años de crisis el soporte de nuestra cohesión social, junto a las familias y a las asociaciones y movimientos solidarios. Algo de lo que debemos realmente sentirnos orgullosos.

Quiero referirme ahora también a la situación que se vive actualmente en Cataluña.

El pueblo español, en el ejercicio de su soberanía nacional, ratificó mediante referéndum la Constitución de 1978, que proclamó nuestra unidad histórica y política y reconoció el derecho de todos a sentirse y ser respetados en su propia personalidad, en su cultura, tradiciones, lenguas e instituciones.

Bajo ese espíritu constitucional, hemos convivido estos años. Cada Comunidad, cada pueblo y territorio de España, cada ciudadano, han aportado lo mejor de sí mismos en beneficio de todos. Y sin duda, desde Cataluña, se ha contribuido a la estabilidad política de toda España y a su progreso económico.

Es evidente que todos nos necesitamos. Formamos parte de un tronco común del que somos complementarios los unos de los otros pero imprescindibles para el progreso de cada uno en particular y de todos en conjunto.

Pero no se trata solo de economía o de intereses sino también y sobre todo, de sentimientos.

Millones de españoles llevan, llevamos, a Cataluña en el corazón. Como también para millones de catalanes los demás españoles forman parte de su propio ser. Por eso me duele y me preocupa que se puedan producir fracturas emocionales, desafectos o rechazos entre familias, amigos o ciudadanos. Nadie en la España de hoy es adversario de nadie.

Y lo que hace de España una nación con una fuerza única, es la suma de nuestras diferencias que debemos comprender y respetar y que siempre nos deben acercar y nunca distanciar. Porque todo lo que hemos alcanzado juntos nace de la fuerza de la unión. Y la fuerza de esa unidad es la que nos permitirá llegar más lejos y mejor en un mundo que no acepta ni la debilidad ni la división de las sociedades, y que camina hacia una mayor integración.

Los desencuentros no se resuelven con rupturas emocionales o sentimentales. Hagamos todos un esfuerzo leal y sincero, y reencontrémonos en lo que nunca deberíamos perder: los afectos mutuos y los sentimientos que compartimos. Respetemos la Constitución que es la garantía de una convivencia democrática, ordenada, en paz y libertad. Y sigamos construyendo todos juntos un proyecto que respete nuestra pluralidad y genere ilusión y confianza en el futuro.

Porque necesitamos, también, ilusión y confianza.

El mes de junio pasado, España se dio a sí misma y al mundo un ejemplo de seriedad y dignidad en el desarrollo del proceso de abdicación de mi padre el Rey Juan Carlos y de mi proclamación como Rey; todo ello de acuerdo con nuestra Constitución. Y a lo largo de estos últimos meses me habéis rodeado de vuestro respeto, afecto y cariño. Sinceramente, me he sentido querido y apreciado y os lo agradezco de corazón. Y tengo que deciros también que he visto ilusión en muchos de vosotros, en vuestras miradas, en vuestras palabras, ante el inicio de una nueva época en nuestra historia.

Es cierto que vivimos tiempos complejos y difíciles. Sin duda. Pero son también tiempos que debemos afrontar con responsabilidad, con ilusión y espíritu renovador. Tiempos nuevos que se proyectan en todos los ámbitos de nuestra vida colectiva e individual. Y ahora nos corresponde a los españoles de hoy continuar la tarea de labrar nuestro mejor futuro; que empieza ya, que ha empezado ya.

Afortunadamente, no partimos de cero, ni mucho menos, y, por ello, no debemos olvidar lo que hemos conseguido juntos con grandes esfuerzos y sacrificios, generación tras generación; que es mucho y lo debemos valorar con orgullo.

Aunque también tengamos la responsabilidad de corregir los fallos y mejorar y acrecentar los activos de la España de hoy, con la vista puesta en un futuro que nos pertenece a todos los españoles.

Somos una democracia consolidada. Disfrutamos de una estabilidad política como nunca antes en nuestra historia. Nuestro marco constitucional nos ha permitido la alternancia política basada en unas elecciones libres y democráticas. Somos, además, una nación respetada y apreciada en el mundo y con una profunda vocación universal, imprescindible para promover nuestra cultura y defender nuestros intereses en un mundo global. Hoy, más que nunca, somos parte fundamental de un proyecto europeo que nos hace más fuertes, más competitivos y más protagonistas de un futuro de integración.

Como dije en mi discurso de proclamación, todo tiempo político tiene sus propios retos. Debemos seguir avanzando en nuestra convivencia política, paso a paso, adaptándola a las necesidades de nuestro tiempo. Poner al día y actualizar el funcionamiento de nuestra sociedad democrática y conseguir que los ciudadanos recuperen su confianza en las instituciones. Unas instituciones con vigor y vitalidad, que puedan sentir como suyas.

No quiero terminar mis palabras sin transmitiros un mensaje de esperanza.

Regenerar nuestra vida política, recuperar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones, garantizar nuestro Estado del Bienestar y preservar nuestra unidad desde la pluralidad son nuestros grandes retos. No son tareas sencillas. No son retos fáciles. Pero los vamos a superar, sin duda; estoy convencido de ello. Tenemos capacidad y coraje de sobra. Tenemos también el deseo y la voluntad. Y hemos de sumar, además la confianza en nosotros mismos.

Esa es la clave de nuestra esperanza en el futuro. La clave para recuperar el orgullo de nuestra conciencia nacional: la de una España moderna, de profundas convicciones democráticas, diversa, abierta al mundo, solidaria, potente y con empuje. Con ese mismo empuje y con el ejemplo con el que vosotros afrontáis vuestro día a día luchando ante las adversidades intentando progresar, procurando mejorar honestamente vuestra vida y la de vuestras familias. Y ahí estaré siempre a vuestro lado como el primer servidor de los españoles.

Gracias nuevamente por escucharme esta noche y muchísimas felicidades en nombre de la Reina, de la Princesa de Asturias y de la Infanta Sofía.

Feliz Navidad, Eguberri on, Bon Nadal, Boas Festas.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid


Nosotros somos

nuestra patria

Por Pedro J. Ramírez


Pedro J. Ramírez durante la presentación en el Ateneo de Madrid.

Vuelvo al Ateneo ya como socio de la “docta casa”. Si Azaña habló en su famoso discurso de 1930 de las tres generaciones del Ateneo refiriéndose a la de los Alcalá Galiano y Martínez de la Rosa, a la de los Castelar y Juan Valera y a la suya propia, con Ortega y Unamuno entre sus puntales, pronto podemos identificar a otras tres generaciones y yo me sentiré muy honrado de haberme incorporado a la sexta.

Conste mi agradecimiento a estos tres grandes columnistas que me han acompañado hoy. Por lo que han dicho aquí pero sobre todo por lo que han dejado escrito a lo largo de los años. Gistau, Jabois y Ussía encarnan la mejor tradición del periodismo literario español: la de la excelencia en la escritura. En sus textos reverbera la prosa de Azorín y de Ruano, de Bonafoux y Fernández Flórez, de Camba y de Umbral… He tenido la suerte de haber contado en ‘El Mundo’ con Gistau y Jabois -dos centauros del desierto con cabeza de literato, cascos de reportero y corazón indomable- y la desdicha de no haberlo conseguido con Ussía, pero a cambio me ha elegido para presentar su nueva entrega de la saga de Sotoancho. El lunes habrá pues partido de vuelta en el Palace.

Umbral prologó el primer volumen de mi antología de Cartas del Director publicado en 2005 cuando se cumplieron 25 desde mi nombramiento al frente de Diario 16. Este segundo volumen recoge textos publicados durante nueve años más hasta mi destitución como director de El Mundo en enero de este año. La selección atañe pues a los años de Zapatero y Rajoy en la Moncloa aunque no los abarque por completo.

Si se titula ‘Contra Unos y Otros’ no es tan sólo porque mi obra refleje la función adversativa consustancial al periodismo; no es tan sólo porque yo siempre me haya sentido, al modo de Montaigne, “gibelino entre los güelfos y güelfo entre los gibelinos”; no es tan sólo porque el perro guardián tenga que ejercer su labor de vigilancia, gobierne quien gobierne.

No, si se titula ‘Contra Unos y Otros’ es porque durante este concreto periodo de tiempo, como le escribía Larra a su director Andrés Borrego el año anterior a su suicidio, “constantemente he formado en las filas de la oposición. No habiendo un solo ministerio que haya acertado con nuestro remedio, me he creído obligado a decírselo así claramente a todos”.

Es cierto que si nos atenemos a la reacción personal de Zapatero y Rajoy frente a esas críticas, me ha tocado vivir una gran paradoja.

Un líder de izquierdas, al que no respaldé casi nunca y al que critiqué con gran dureza casi siempre, dio un ejemplo de tolerancia y ‘fair play’, aceptando las reconvenciones más severas como parte de la normalidad democrática, manteniendo conmigo una buena relación personal, rayana a veces en la intimidad, a sabiendas de que siempre me tendría enfrente en asuntos clave.

En cambio un líder de centro-derecha, para el que pedí tres veces el voto y al que acogí con claras muestras de apoyo, rompió todos los puentes, que él mismo había tendido con interesado ahínco durante su larga travesía del desierto, en cuanto llegó al poder y recibió mis primeras críticas; y se lanzó ferozmente a mi yugular, en cuanto vio comprometida su supervivencia política por sus SMS de apoyo a Bárcenas, publicados en la portada del periódico. De hecho fue él y no yo quien quedó retratado para siempre cuando me coceó en aquel bochornoso pleno del 1 de agosto de 2013.

Pero que mi relación personal con Zapatero fuera excelente y con Rajoy haya devenido de mal en peor, hasta simas sólo habitadas hasta ahora por el señor X, no es algo que concierna demasiado a los ciudadanos, ni siquiera a mis lectores, pues este volumen es la prueba de que a la hora de escribir lo que cuentan son los hechos de quien gobierna y no si intenta matarte a besos o a base de puñaladas traperas.

Durante esta última década de la vida de España he estado Contra Unos y Otros -he sido muy crítico con los gobiernos del PSOE y con los del PP-, porque ni unos ni otros han mejorado ni la calidad de nuestra democracia ni los fundamentos de nuestra economía. Por el contrario han sido años, siguen siéndolo, de decadencia y retroceso.

No digo que todo lo hayan hecho mal. Zapatero amplió los derechos de las minorías y Rajoy hizo una razonable reforma laboral. Pero en conjunto han creado más problemas de los que han resuelto y han provocado que las esperanzas e ilusiones de una sociedad que comenzó vigorosamente el siglo XXI se hayan trocado en decepciones y frustraciones.

Nunca he disparado al bulto. Todas mis críticas han tenido fundamento y han sido expuestas razonadamente.

He estado ‘Contra Unos y Otros’ porque ni los unos ni los otros han sido capaces de impulsar la economía, crear empleo digno de tal nombre y ofrecer oportunidades en España a la gran mayoría de los jóvenes.

He estado ‘Contra Unos y Otros’ porque ni los unos ni los otros han reformado la administración, renunciado a ningún privilegio y recortado el gasto público lo suficiente como para permitir respirar y desarrollarse a las pequeñas y medianas empresas, a los autónomos, al sector privado, a los profesionales, a las clases medias en suma.

He estado ‘Contra Unos y Otros’ porque unos y otros han preferido hacer el ajuste crujiendo a impuestos a los españoles de hoy e hipotecando el futuro de los españoles de mañana con sus déficits desmesurados, con su vertiginoso y temerario endeudamiento público.

He estado ‘Contra Unos y Otros’ porque unos y otros se han plegado a los intereses de ese autonombrado Gobierno en la sombra que bajo la denominación de Consejo de la Competitividad ha sustituido a los oscuros poderes fácticos del pasado y ejerce como inquietante grupo de presión para decidir el futuro de la política, de la economía y de los medios de comunicación.

He estado ‘Contra Unos y Otros’ porque ni los unos ni los otros han tratado con la dignidad que merecían a las víctimas del terrorismo etarra, asumiendo sin pestañear e incluso fomentando la excarcelación de los más infames asesinos y la legalización de la rama política de la propia banda terrorista sin que mediara antes ni su disolución, ni la entrega de las armas, ni el arrepentimiento, ni la petición de perdón, ni nada de nada.

He estado ‘Contra Unos y Otros’ porque ni los unos ni los otros, han movido un dedo, se han molestado un ápice, han puesto absolutamente nada de su parte para impulsar el esclarecimiento de todas las lagunas, incógnitas, errores fácticos y falsedades moleculares que contiene la sentencia del 11-M, la mayor masacre terrorista cometida nunca en España, el acontecimiento que interrumpió nuestro auge y extravió nuestro rumbo.

He estado ‘Contra Unos y Otros’ porque unos y otros han incubado, fomentado y protegido la corrupción en su seno, permitiendo por un lado que decenas y decenas, centenares y centenares de políticos en ejercicio se convirtieran en bandoleros y beneficiándose simultáneamente de mecanismos de financiación ilegal que han adulterado una y otra vez el juego democrático. Albarda sobre albarda, oprobio sobre oprobio. Cuantos se beneficiaron en las urnas de ese latrocinio organizado y esas trampas sistematizadas no deberían tener la desvergüenza de volver a comparecer ante ellas.

He estado ‘Contra Unos y Otros’ porque unos y otros han destruido la independencia del Poder Judicial, interviniendo en los nombramientos o sanciones de los jueces a través de sus comisarios políticos en el CGPJ, destruyendo el principio del juez natural, blindándose desde su condición de aforados frente a las investigaciones por corrupción, manipulando incluso las comisiones de servicio de los jueces para quitarse de encima un instructor incómodo.

He estado ‘Contra Unos y Otros’ porque ni los unos ni los otros han sido capaces de responder con la inteligencia y contundencia política necesaria al desafío separatista, impulsado desde una institución del Estado como la Generalitat de Cataluña. Una institución del Estado que ha puesto medios y recursos públicos al servicio de la destrucción de España ante la apatía, abulia e incluso complicidad del poder central.

Y sobre todo, y en consecuencia, he estado ‘Contra Unos y Otros’ porque ni los unos ni los otros han sido capaces de ofrecer a los españoles ese “sugestivo proyecto de vida en común” que demandaba Ortega y que hoy necesitamos perentoriamente como cauce y estímulo de nuestro “patriotismo constitucional”.

Vivimos tiempos excepcionales. Todos estos ingredientes conforman una situación crítica para la Nación que deberá canalizarse a través del proceso democrático. En 2015 habrá elecciones municipales y autonómicas, tal vez elecciones catalanas anticipadas y finalmente elecciones generales.

De cara a este año decisivo conviene no confundir los síntomas con la esencia del problema. El auge del otrora larvado separatismo catalán es un síntoma, pero el problema es España. La irrupción de una fuerza política como Podemos que está poniendo en jaque aspectos clave de nuestro modelo de sociedad es un síntoma, pero el problema es España. El problema vuelve a ser España o más concretamente la falta de una política capaz de proporcionar estabilidad y prosperidad a la Nación, capaz de aglutinar y movilizar a los españoles entorno a los valores democráticos, capaz de asentarlos en su “morada vital” que diría Américo Castro, capaz de rentabilizar su “herencia temperamental” que replicaría Sánchez Albornoz.

Fue todo un símbolo, todo un mensaje del destino que Adolfo Suárez, el único líder de la transición que devolvió gran parte del poder acumulado por el Estado durante la dictadura a la sociedad, falleciera el mismo 23 de marzo en que se cumplía el centenario del famoso discurso de Ortega en el teatro de la Comedia: “Vieja y nueva política”.

Hoy como hace cien años España necesita una nueva política que ponga fin a la vieja política que ha noqueado económica y vitalmente a tantos ciudadanos y ha colocado a la propia Nación contra las cuerdas. Y eso plantea tres preguntas candentes: ¿qué hacer?, ¿cómo hacerlo? y ¿para qué hacerlo?

Respecto al qué en mi opinión estamos ante una cuestión transideológica, ante un desafío previo al debate entre izquierdas y derechas, pues se trata de cambiar las reglas del juego para que los ciudadanos, tanto si se sienten socialistas como liberales, recuperen el control sobre sus destinos. Se trata de volver a dotar de contenido a los derechos de participación política que desde el inicio de la Transición han venido siendo usurpados de manera paulatina por las cúpulas de los partidos. Ésa es la devolución que necesitamos y reclamamos a la partitocracia, a la cupulocracia, desde este Ateneo, a ras de calle.

Hay que hablar con toda claridad. Es muy difícil, casi imposible, que la nueva política pueda brotar de las madrigueras en las que siguen atrincheradas las comadrejas de la vieja política. El milagro del arrepentimiento y la redención por las buenas obras siempre es posible. Pero será eso: un milagro, una excepción. La nueva política precisa de nuevos políticos y si fuera necesario de nuevos partidos.

En todo caso éste es el rasero por el debemos medir a quienes concurran a las elecciones: el que esté dispuesto a cambiar la ley electoral, a imponer la democracia interna en los partidos, a devolver la independencia al poder judicial, a renunciar a aforamientos y demás privilegios, a predicar con el ejemplo dando un paso atrás ante la menor sospecha de connivencia con la corrupción, a incluir mecanismos de participación ciudadana en el proceso legislativo, ése representará a la nueva política.

El que con los más diversos pretextos eluda pronunciarse rotundamente ante estas cuestiones decisivas, ese representará a la vieja política.

Insisto en que se trata de una cuestión preliminar al debate ideológico. Quienes nos sentimos liberales podemos entendernos con quienes llevan el intervencionismo en la sangre sobre estas reglas del juego. Si González y Suárez, si hasta Fraga y Carrillo pudieron ponerse de acuerdo hace casi 40 años sobre las reglas del juego, no veo ninguna razón para que Albert Rivera no pueda entenderse con Pablo Iglesias, Santi Abascal con Alberto Garzón o un nuevo dirigente que ponga patas arriba la vieja casa del PP con Pedro Sánchez. Eso es lo que pedimos y exigimos a la nueva política: una devolución de poder a los ciudadanos que autentifique y vivifique el proceso democrático.

La segunda gran cuestión es cómo hacerlo y yo, admirador de Tocqueville, historiador de naufragios y desventuras, sigo pensando que el camino de las reformas es mucho más fiable y garantiza mejor los derechos y libertades de las personas que el de las revoluciones. La cuestión es cuál debe ser el calado legislativo de esas reformas y aquí surge el debate sobre la reforma constitucional. ¿Qué hacer con nuestra Carta Magna una vez que la experiencia ha puesto de relieve tanto los enormes aciertos de sus redactores como algunas de sus muy graves equivocaciones?

No hay que tenerle ningún miedo a ese debate. Puesto que todos los principales partidos, menos uno que parece estar en caída libre, proponen cambios en la Constitución es conveniente que las próximas elecciones generales sirvan de cauce a esa discusión y que la próxima legislatura tenga un cariz constituyente o para ser más exactos reconstituyente, en el sentido de que sirva para insuflar un nuevo vigor a un organismo que pese a todos sus achaques sigue estando vivo. Reformar la Constitución, o si se quiere enmendarla, no significa destruirla sino perfeccionarla.

Al final todo dependerá de la correlación de fuerzas que surja de las urnas y del nivel de consenso que se alcance entre ellas. Lo ideal sería que hubiera más de los preceptivos dos tercios del Congreso que respaldaran cambios constitucionales encaminados a mejorar la calidad de nuestra democracia. Pero ese objetivo también puede conseguirse mediante leyes orgánicas e incluso a través de normas de menor rango. Lo mejor no tiene por qué ser enemigo de lo bueno.

El en otras cosas tan superado y arcaico pero siempre brillante Juan Donoso Cortés tenía razón en 1836 al azotar aquí en el Ateneo tanto a los “escépticos” que consideran que “las reformas son inútiles y lo mejor es ni intentarlas” como a los “puritanos que se proponen curar las llagas de las sociedades moribundas con la virtud de una fórmula, a la manera de los mágicos de las pasadas edades que libraban de los espíritus maléficos a un alma poseída, con la virtud de un conjuro”.

Las reformas políticas, incluida la reforma constitucional, no pueden ser concebidas como un atolondrado fin en sí mismo sino como un instrumento al servicio de unos fines. Por eso la tercera pregunta es la decisiva: ¿Reforma constitucional para qué?

Si alguien me dice que quiere reformar la Constitución –tal y como propuso en 2006 el Consejo de Estado- para blindar las competencias del Estado, cerrar el mapa autonómico y garantizar la lealtad institucional de todos los poderes que emanan de ella, yo estoy a favor de la reforma constitucional.

Si alguien me dice que quiere reformar la Constitución para facilitar el cambio del sistema electoral, para condicionar la financiación pública de los partidos a la elección de sus candidatos por sus afiliados o para blindar al poder judicial frente a las intromisiones de los políticos, o no digamos para garantizar la separación entre el ejecutivo y el legislativo mediante un sistema presidencialista como el norteamericano o el francés, yo no sólo estoy a favor de la reforma constitucional sino que me ofrezco a levantar el pendón de ese banderín de enganche.

Ahora bien si alguien me dice que quiere reformar la Constitución para fragmentar la soberanía nacional y convertir a las comunidades autónomas en imaginarios estados soberanos que acceden a federarse adquiriendo la capacidad de disponer unilateralmente sobre su relación con el Estado para repetir, entre tanto, corregidos y aumentados los disparates de las cajas de ahorros, las televisiones públicas y las embajadas en el extranjero, entonces yo estoy en contra de esa reforma constitucional.

Y no digamos nada si alguien me dice que quiere reformar la Constitución, no ya para reconocer y regular hechos diferenciales como la lengua propia o la insularidad, sino para dotar de mayores derechos políticos a algunos de esos estados federados en función de su capacidad de coacción separatista, sumando al dislate de la fragmentación el de la desigualdad, alegando que de lo que se trata es de “facilitar el encaje” –ésta es la expresión bobalicona de moda- de una parte de España en el resto, como si el Estado fuera el mecano de un aprendiz de brujo… Si es para eso, yo no quiero que se reforme la Constitución. Si es para eso que la Virgencita y las Cortes Generales nos dejen como estamos.

Yo no quiero una reforma constitucional que acomode y de más poder a los territorios, es decir a las corruptas y caciquiles élites políticas que los gobiernan; yo quiero una reforma constitucional que acomode y dé más poder a los ciudadanos.

Hoy por hoy estamos lejos de la acumulación de fuerzas necesaria para alcanzar ese objetivo. La concentración del poder político, económico y mediático ha asfixiado la disidencia en los partidos, ha narcotizado al perro guardián del periodismo y ha entontecido con la esquemática superficialidad del duopolio televisivo a gran parte de la sociedad.

Por eso reitero que es la hora de los Ateneos como foros de debate y de participación cívica. En lugares como éste debe volver a escribirse, como dijera en su día Ruiz Salvador, el “borrador de la Historia de España”.

Y si es la hora de los Ateneos también es la hora de la prensa independiente. “Es imposible que un pueblo que sabe llegue a ser tiranizado”, aseguró en esta misma tribuna el gran líder progresista Joaquín María López.

Los problemas que nos ha creado la tecnología nos los está resolviendo la tecnología. Los gobiernos y sus aliados económicos son capaces de controlar a los medios tradicionales –bautizados por los anglosajones como ‘legacy media’, la herencia del pasado- abusando del derrumbe de su modelo de negocio. Pero asisten impotentes al desarrollo del nuevo ágora electrónico, al que cada vez concurren más y mejores proyectos editoriales.

No anticipemos acontecimientos. 2015 será el año más importante de mi carrera periodística. Nunca pensé verme de nuevo en esta tesitura, pero si los dados han rodado así, si éstas son las cartas que me ha deparado la fortuna, ahí estaré desde el 1 de enero, asumiendo por tercera vez el envite, revitalizado por el contacto con mis cada vez más jóvenes compañeros.

Una cosa tengo clara y es que en defensa del derecho a la información de los ciudadanos seguiremos estando contra unos y otros, contra éstos, aquéllos y, por supuesto también contra los de más allá. Todos sabemos que hay quienes se erigen en portaestandartes de la derecha y portaestandartes de la izquierda, quienes se presentan como portavoces de los catalanes y quienes se presentan como portavoces de los andaluces, quienes se erigen en heraldos de la Revolución y quienes explotan el miedo al cambio de los más inmovilistas. ¿Pero quién defiende transversal y desinteresadamente al conjunto de los españoles como votantes, como administrados, como consumidores… como ciudadanos dotados de derechos políticos, económicos y sociales?

Ése es el papel de la prensa plural e independiente. Esa nuestra tarea, nuestra obligación, nuestro desafío. Recordar todos los días a los españoles, mirándoles a la cara desde el ordenador, la tableta o el teléfono móvil, que como bien dijo el presidente de esta casa, y si empecé con Manuel Azaña acabo con Manuel Azaña, “nosotros somos nuestra patria”. Nosotros de uno en uno, pero todos juntos y con conocimiento de causa.

Ésa es la España europea y universal en la que creo -sí: europea y universal-, la patria de la inteligencia de la que me siento partícipe, el proyecto común que anhelo contribuir a regenerar… desde la incertidumbre de la libertad.

Muchas gracias a todos. Después de las doce campanadas tendréis noticias mías.

(Texto de la intervención en el Ateneo de Madrid con motivo de la presentación del libro Contra Unos y Otros. Los años de Zapatero y Rajoy, 2006–2014)

jueves, 19 de junio de 2014

Primer discurso del Rey Felipe VI

Mensaje de Su Majestad el Rey en su Proclamación ante las Cortes Generales

Madrid, 19.06.2014
C
omparezco hoy ante Las Cortes Generales para pronunciar el juramento previsto en nuestra Constitución y ser proclamado Rey de España. Cumplido ese deber constitucional, quiero expresar el reconocimiento y el respeto de la Corona a estas Cámaras, depositarias de la soberanía nacional. Y permítanme que me dirija a sus señorías y desde aquí, en un día como hoy, al conjunto de los españoles.
Inicio mi reinado con una profunda emoción por el honor que supone asumir la Corona, consciente de la responsabilidad que comporta y con la mayor esperanza en el futuro de España.
Una nación forjada a lo largo de siglos de Historia por el trabajo compartido de millones de personas de todos los lugares de nuestro territorio y sin cuya participación no puede entenderse el curso de la Humanidad.
Una gran nación, Señorías, en la que creo, a la que quiero y a la que admiro; y a cuyo destino me he sentido unido toda mi vida, como Príncipe Heredero y -hoy ya- como Rey de España.
Ante sus Señorías y ante todos los españoles -también con una gran emoción- quiero rendir un homenaje de gratitud y respeto hacia mi padre, el Rey Juan Carlos I. Un reinado excepcional pasa hoy a formar parte de nuestra historia con un legado político extraordinario. Como muy bien ha dicho el presidente del Congreso, hace casi 40 años, desde esta tribuna, mi padre manifestó que quería ser Rey de todos los españoles. Y lo ha sido. Apeló a los valores defendidos por mi abuelo el Conde Barcelona y nos convocó a un gran proyecto de concordia nacional que ha dado lugar a los mejores años de nuestra historia contemporánea.
En la persona del Rey Juan Carlos rendimos hoy el agradecimiento que merece una generación de ciudadanos que abrió camino a la democracia, al entendimiento entre los españoles y a su convivencia en libertad. Esa generación, bajo su liderazgo y con el impulso protagonista del pueblo español, construyó los cimientos de un edificio político que logró superar diferencias que parecían insalvables, conseguir la reconciliación de los españoles, reconocer a España en su pluralidad y recuperar para nuestra Nación su lugar en el mundo.
Y me permitirán también, Señorías, que agradezca a mi madre, la Reina Sofía, toda una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles. Su dedicación y lealtad al Rey Juan Carlos, su dignidad y sentido de la responsabilidad, son un ejemplo que merece un emocionado tributo de gratitud que hoy -como hijo y como Rey- quiero dedicarle. Juntos, los Reyes Juan Carlos y Sofía, desde hace más de 50 años, se han entregado a España. Espero que podamos seguir contando muchos años con su apoyo, su experiencia y su cariño.
A lo largo de mi vida como Príncipe de Asturias, de Girona y de Viana, mi fidelidad a la Constitución ha sido permanente, como irrenunciable ha sido -y es- mi compromiso con los valores en los que descansa nuestra convivencia democrática. Así fui educado desde niño en mi familia, al igual que por mis maestros y profesores. A todos ellos les debo mucho y se lo agradezco ahora y siempre. Y en esos mismos valores de libertad, de responsabilidad, de solidaridad y de tolerancia, la Reina y yo educamos a nuestras hijas, la Princesa de Asturias, Leonor, y la Infanta Sofía.
Señoras y Señores Diputados y Senadores,
Hoy puedo afirmar ante estas Cámaras -y lo celebro- que comienza el reinado de un Rey constitucional.
Un Rey que accede a la primera magistratura del Estado de acuerdo con una Constitución que fue refrendada por los españoles y que es nuestra norma suprema desde hace ya más de 35 años.
Un Rey que debe atenerse al ejercicio de las funciones que constitucionalmente le han sido encomendadas y, por ello, ser símbolo de la unidad y permanencia del Estado, asumir su más alta representación y arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones.
Un Rey, en fin, que ha de respetar también el principio de separación de poderes y, por tanto, cumplir las leyes aprobadas por las Cortes Generales, colaborar con el Gobierno de la Nación -a quien corresponde la dirección de la política nacional- y respetar en todo momento la independencia del Poder Judicial.
No tengan dudas, Señorías, de que sabré hacer honor al juramento que acabo de pronunciar; y de que, en el desempeño de mis responsabilidades, encontrarán en mí a un Jefe del Estado leal y dispuesto a escuchar, a comprender, a advertir y a aconsejar; y también a defender siempre los intereses generales.
Y permítanme añadir, que a la celebración de este acto de tanta trascendencia histórica, pero también de normalidad constitucional, se une mi convicción personal de que la Monarquía Parlamentaria puede y debe seguir prestando un servicio fundamental a España.
La independencia de la Corona, su neutralidad política y su vocación integradora ante las diferentes opciones ideológicas, le permiten contribuir a la estabilidad de nuestro sistema político, facilitar el equilibrio con los demás órganos constitucionales y territoriales, favorecer el ordenado funcionamiento del Estado y ser cauce para la cohesión entre los españoles. Todos ellos, valores políticos esenciales para la convivencia, para la organización y desarrollo de nuestra vida colectiva.
Pero las exigencias de la Corona no se agotan en el cumplimiento de sus funciones constitucionales. He sido consciente, desde siempre, de que la Monarquía Parlamentaria debe estar abierta y comprometida con la sociedad a la que sirve; ha de ser una fiel y leal intérprete de las aspiraciones y esperanzas de los ciudadanos, y debe compartir -y sentir como propios- sus éxitos y sus fracasos.
La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social. Porque, sólo de esa manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones. Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda la razón que los principios morales y éticos inspiren -y la ejemplaridad presida- nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de todos los ciudadanos.
Éstas son, Señorías, mis convicciones sobre la Corona que, desde hoy, encarno: una Monarquía renovada para un tiempo nuevo. Y afronto mi tarea con energía, con ilusión y con el espíritu abierto y renovador que inspira a los hombres y mujeres de mi generación.
Señoras y Señores Diputados y Senadores,
Hoy es un día en el que, si tuviéramos que mirar hacia el pasado, me gustaría que lo hiciéramos sin nostalgia, pero con un gran respeto hacia nuestra historia; con espíritu de superación de lo que nos ha separado o dividido; para así recordar y celebrar todo lo que nos une y nos da fuerza y solidez hacia el futuro.
En esa mirada deben estar siempre presentes, con un inmenso respeto también, todos aquellos que, víctimas de la violencia terrorista, perdieron su vida o sufrieron por defender nuestra libertad. Su recuerdo permanecerá en nuestra memoria y en nuestro corazón. Y la victoria del Estado de Derecho, junto a nuestro mayor afecto, será el mejor reconocimiento a la dignidad que merecen.
Y mirando a nuestra situación actual, Señorías, quiero también transmitir mi cercanía y solidaridad a todos aquellos ciudadanos a los que, el rigor de la crisis económica ha golpeado duramente hasta verse heridos en su dignidad como personas. Tenemos con ellos el deber moral de trabajar para revertir esta situación y el deber ciudadano de ofrecer protección a las personas y a las familias más vulnerables. Y tenemos también la obligación de transmitir un mensaje de esperanza -particularmente a los más jóvenes- de que la solución de sus problemas y en particular la obtención de un empleo, sea una prioridad para la sociedad y para el Estado. Sé que todas sus Señorías comparten estas preocupaciones y estos objetivos.
Pero sobre todo, Señorías, hoy es un día en el que me gustaría que miráramos hacia adelante, hacia el futuro; hacia la España renovada que debemos seguir construyendo todos juntos al comenzar este nuevo reinado.
A lo largo de estos últimos años -y no sin dificultades- hemos convivido en democracia, superando finalmente tiempos de tragedia, de silencio y oscuridad. Preservar los principios e ideales en los que se ha basado esa convivencia y a los que me he referido antes, no sólo es un acto de justicia con las generaciones que nos han precedido, sino una fuente de inspiración y ejemplo en todo momento para nuestra vida pública. Y garantizar la convivencia en paz y en libertad de los españoles es y será siempre una responsabilidad ineludible de todos los poderes públicos.
Los hombres y mujeres de mi generación somos herederos de ese gran éxito colectivo admirado por todo el mundo y del que nos sentimos tan orgullosos. A nosotros nos corresponde saber transmitirlo a las generaciones más jóvenes.
Pero también es un deber que tenemos con ellas -y con nosotros mismos-, mejorar ese valioso legado, y acrecentar el patrimonio colectivo de libertades y derechos que tanto nos ha costado conseguir. Porque todo tiempo político tiene sus propios retos; porque toda obra política -como toda obra humana- es siempre una tarea inacabada.
Los españoles y especialmente los hombres y mujeres de mi generación, Señorías, aspiramos a revitalizar nuestras instituciones, a reafirmar, en nuestras acciones, la primacía de los intereses generales y a fortalecer nuestra cultura democrática.
Aspiramos a una España en la que se puedan alcanzar acuerdos entre las fuerzas políticas sobre las materias y en los momentos en que así lo aconseje el interés general.
Queremos que los ciudadanos y sus preocupaciones sean el eje de la acción política, pues son ellos quienes con su esfuerzo, trabajo y sacrificio engrandecen nuestro Estado y dan sentido a las instituciones que lo integran.
Deseamos una España en la que los ciudadanos recuperen y mantengan la confianza en sus instituciones y una sociedad basada en el civismo y en la tolerancia, en la honestidad y en el rigor, siempre con una mentalidad abierta y con un espíritu solidario.
Y deseamos, en fin, una España en la que no se rompan nunca los puentes del entendimiento, que es uno de los principios inspiradores de nuestro espíritu constitucional.
En ese marco de esperanza quiero reafirmar, como Rey, mi fe en la unidad de España, de la que la Corona es símbolo. Unidad que no es uniformidad, Señorías, desde que en 1978 la Constitución reconoció nuestra diversidad como una característica que define nuestra propia identidad, al proclamar su voluntad de proteger a todos los pueblos de España, sus tradiciones y culturas, lenguas e instituciones. Una diversidad que nace de nuestra historia, nos engrandece y nos debe fortalecer.
En España han convivido históricamente tradiciones y culturas diversas con las que de continuo se han enriquecido todos sus pueblos. Y esa suma, esa interrelación de culturas y tradiciones tiene su mejor expresión en el concierto de las lenguas. Junto al castellano, lengua oficial del Estado, las otras lenguas de España forman un patrimonio común que, tal y como establece la Constitución, debe ser objeto de especial respeto y protección; pues las lenguas constituyen las vías naturales de acceso al conocimiento de los pueblos y son a la vez los puentes para el diálogo de todos los españoles. Y así lo han considerado y reclamado escritores tan señeros como Antonio Machado, Espriu, Aresti o Castelao.
En esa España, unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, en la solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley, cabemos todos; caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben todas las formas de sentirse español. Porque los sentimientos, más aún en los tiempos de la construcción europea, no deben nunca enfrentar, dividir o excluir, sino comprender y respetar, convivir y compartir.
Y esa convivencia, la debemos revitalizar cada día, con el ejercicio individual y colectivo del respeto mutuo y el aprecio por los logros recíprocos. Debemos hacerlo con el afecto sincero, con la amistad y con los vínculos de hermandad y fraternidad que son indispensables para alimentar las ilusiones colectivas.
Trabajemos todos juntos, Señorías, cada uno con su propia personalidad y enriqueciendo la colectiva; hagámoslo con lealtad, en torno a los nuevos objetivos comunes que nos plantea el siglo XXI. Porque una nación no es sólo su historia, es también un proyecto integrador, sentido y compartido por todos, que mire hacia el futuro.
Un nuevo siglo, Señorías, que ha nacido bajo el signo del cambio y la transformación y que nos sitúa en una realidad bien distinta de la del siglo XX.
Todos somos conscientes de que estamos asistiendo a profundas transformaciones en nuestras vidas que nos alejan de la forma tradicional de ver el mundo y de situarnos en él. Y que, al tiempo que dan lugar a incertidumbre, inquietud, o temor en los ciudadanos, abren también nuevas oportunidades de progreso.
Afrontar todos estos retos y dar respuestas a los nuevos desafíos que afectan a nuestra convivencia, requiere el concurso de todos: de los poderes públicos, a los que corresponde liderar y definir nuestros grandes objetivos nacionales; pero también a los ciudadanos, de su impulso, su convicción y su participación activa. Es una tarea que demanda un profundo cambio de muchas mentalidades y actitudes y, por supuesto, gran determinación y valentía, visión y responsabilidad.
Nuestra Historia nos enseña que los grandes avances de España se han producido cuando hemos evolucionado y nos hemos adaptado a la realidad de cada tiempo; cuando hemos renunciado al conformismo o a la resignación y hemos sido capaces de levantar la vista y mirar más allá -y por encima- de nosotros mismos; cuando hemos sido capaces de compartir una visión renovada de nuestros intereses y objetivos comunes.
El bienestar de nuestros ciudadanos -hombres y mujeres-, Señorías, nos exige situar a España en el siglo XXI, en el nuevo mundo que emerge aceleradamente; en el siglo del conocimiento, la cultura y la educación.
Tenemos ante nosotros un gran desafío de impulsar las nuevas tecnologías, la ciencia y la investigación, que son hoy las verdaderas energías creadoras de riqueza; tenemos el desafío de promover y fomentar la innovación, la capacidad creativa y la iniciativa emprendedora como actitudes necesarias para el desarrollo y el crecimiento. Todo ello es, a mi juicio, imprescindible para asegurar el progreso y la modernización de España y nos ayudará, sin duda, a ganar la batalla por la creación de empleo, que constituye la principal preocupación de los españoles.
El siglo XXI, el siglo también del medio ambiente, deberá ser aquel en el que los valores humanísticos y éticos que necesitamos recuperar y mantener, contribuyan a eliminar las discriminaciones, afiancen el papel de la mujer y promuevan aún más la paz y la cooperación internacional.
Señorías, me gustaría referirme ahora a ese ámbito de las relaciones internacionales, en el que España ocupa una posición privilegiada por su lugar en la geografía y en la historia del mundo.
De la misma manera que Europa fue una aspiración de España en el pasado, hoy España es Europa y nuestro deber es ayudar a construir una Europa fuerte, unida y solidaria, que preserve la cohesión social, afirme su posición en el mundo y consolide su liderazgo en los valores democráticos que compartimos. Nos interesa, porque también nos fortalecerá hacia dentro. Europa no es un proyecto de política exterior, es uno de los principales proyectos para el Reino de España, para el Estado y para la sociedad.
Con los países iberoamericanos nos unen la historia y lazos muy intensos de afecto y hermandad. En las últimas décadas, también nos unen intereses económicos crecientes y visiones cada vez más cercanas sobre lo global. Pero, sobre todo, nos une nuestra lengua y nuestra cultura compartidas. Un activo de inmenso valor que debemos potenciar con determinación y generosidad.
Y finalmente, nuestros vínculos antiguos de cultura y de sensibilidad tan próximos con el Mediterráneo, Oriente Medio y los países árabes, nos ofrecen una capacidad de interlocución privilegiada, basada en el respeto y la voluntad de cooperar en tantos ámbitos de interés mutuo e internacional, en una zona de tanta relevancia estratégica, política y económica.
En un mundo cada vez más globalizado, en el que están emergiendo nuevos actores relevantes, junto a nuevos riesgos y retos, sólo cabe asumir una presencia cada vez más potente y activa en la defensa de los derechos de nuestros ciudadanos y en la promoción de nuestros intereses, con la voluntad de participar e influir más en los grandes asuntos, asuntos de la agenda global y sobre todo en el marco de las Naciones Unidas.
Señoras y Señores Diputados y Senadores,
Con mis palabras de hoy, he querido cumplir con el deber que siento de transmitir a sus señorías y al pueblo español, sincera y honestamente, mis sentimientos, convicciones y compromisos sobre la España con la que me identifico, a la que quiero y a la que aspiro; y también sobre la Monarquía Parlamentaria en la que creo: como dije antes y quiero repetir, una monarquía renovada para un tiempo nuevo.
Y al terminar mi mensaje quiero agradecer a los españoles el apoyo y el cariño que en tantas ocasiones he recibido. Mi esperanza en nuestro futuro se basa en mi fe en la sociedad española; una sociedad madura y vital, responsable y solidaria, que está demostrando una gran entereza y un espíritu de superación que merecen el mayor reconocimiento.
Señorías, tenemos un gran País; Somos una gran Nación, creamos y confiemos en ella.
Decía Cervantes en boca de Don Quijote: "no es un hombre más que otro si no hace más que otro".
Yo me siento orgulloso de los españoles y nada me honraría más que, con mi trabajo y mi esfuerzo diario, los españoles pudieran sentirse orgullosos de su nuevo Rey.
Muchas gracias.  Moltes gràcies.  Eskerrik asko.  Moitas grazas.

viernes, 21 de febrero de 2014

Lo simbólico

El símbolo de la ETA


El entorno etarra habla de que hoy habrá un gesto simbólico de ETA, no de un desarme de la banda. Lógico eso de lo simbólico en quienes se han acostumbrado a que una sociedad enferma acepte sus símbolos.
Y es que los vascos han aceptado como suyos unos símbolos que se han impuesto por el terrorismo etarra, desde la bandera al idioma reinventado.

La bandera -esa ikurriña símbolo de un partido, inventada por el hermano de un loco y copiada de la bandera inglesa- se afianzó a base de que el terrorismo de ETA la impuso y el PNV la aceptó, pues suya era. Nunca se quejó de la utilización de dicha bandera por los asesinos.

El idioma -totalmente reinventado para que fuera comprensible más allá de los valles de donde era dialecto endémico y variado, sin obra escrita digna de tal nombre y usado por analfabetos que no sabían escribirlo ni leerlo- fue una imposición nacionalista apoyada en las exigencias de la violencia etarra y metido con calzador en ikastolas donde la ETA era una "heroica organización de soldados liberadores".

Otro símbolo fue aquella autopista -Leizarán- que intentaba vertebrar España y que a la ETA le parecía inaceptable, pues facilitaría que los vascos viajaran más fácilmente más allá de sus aldeas.

O aquella "Y" ferroviaria vasca, que podría llevar a los vascos a alta velocidad a conocer otro mundo sin amenaza mafiosa.

Y Lemóniz, y la autovía Irurzun-Andoain, y tantos otros símbolos de la derrota de la sociedad vasca y española ante la violencia de esta panda de animales. Animales entendidos, comprendidos, y hasta amparados por unas fuerzas políticas y sociales que son todas ellas un símbolo de la cobardía y entrega de una sociedad enferma y cobarde.

O sea que nada nuevo, otro símbolo al canto. La sociedad vasca, la mayoría de los vascos, lo tragarán. Y muchos de quienes creen que la unidad de una nación se consigue con diálogo con quienes pretenden romper esa unidad, lanzarán las campanas al vuelo alegrándose de que los que mataban por conseguir objetivos no lo hagan ya si esos objetivos se les acercan a cambio de que no maten.

Eso sí es todo un símbolo, la paz de la rendición. Y los gemidos de queja de quienes les duelen más estas palabras que el tener a los asesinos en las instituciones.

jueves, 17 de octubre de 2013

¡Fascistas! (Mussolini socialista)

"En Italia, compañeros, en Italia sólo había un socialista capaz de guiar al pueblo hacia la revolución, Benito Mussolini".  Lenin.

Parte del discurso político-social (y mediático) del progresista, se basa en la facultad de identificar arbitrariamente con el fascismo a cualquiera que no comparta sus opiniones. Esto es válido para cualquiera que, siendo de la adscripción ideológica que sea, no sea izquierdista. El objeto de ésta táctica dialéctica es acallar cualquier discusión comprometida mediante la amenaza del insulto personal. 

El uso de la coartada del antifascismo es algo muy viejo para la Izquierda: desde el VII Congreso de la Internacional Comunista; el congreso "Antifascista" de 1935, pasando por el el muro "antifascista" de Berlín, hasta llegar a las manifestaciones de jóvenes "antifascistas" que normalmente tienen motivaciones tan delictuosas como pintorescas.

Por eso quiero mostrar uno de los aspectos más silenciados y, por tanto, menos conocidos de la política: la trayectoria socialista de Mussolini, un hombre de quien el mismo Lenin dijo en el Kremlin: "En Italia, compañeros, en Italia sólo había un socialista capaz de guiar al pueblo hacia la revolución, Benito Mussolini". 

Después de conocer estos hechos, supongo que resultará más amargo tener que defender el mito de que el fascismo es una consecuencia natural del capitalismo, como ha sostenido siempre la izquierda.



Musolini en una reunion del partido socialista italiano.


BENITO MUSSOLINI, SOCIALISTA

Mussolini; nació en Dovia di Predappio en 1883. Su padre, Alessandro, era herrero; su madre, Rosa Maltoni, era maestra progresista. Su padre era socialista y vinculado con el ala anarquista

Por influencia paterna, Mussolini se acerca al socialismo militante y en el año 1900 se inscribe en el Partido Socialista Italiano, PSI. Mientras tanto, concluye los estudios y obtiene el título de bachillerato.

En 1902, se trasladó a Lausana , Suiza, donde se inscribió en el sindicato de albañiles y obreros. Luego es nombrado secretario y publica su primer artículo en el periódico L'Avvenire del lavoratore.

Desde noviembre vive en Suiza, tras huir de Italia para librarse del servicio militar obligatorio. Fue expulsado dos veces del país: el 18 de junio de 1903 fue arrestado por agitador socialista y permaneció detenido en la cárcel durante 12 días. Luego fue expulsado el 30 de junio; el 9 de abril de 1904 fue encarcelado por 7 días en Bellinzona por haber falsificado su permiso de permanencia.



Mussolini arrestado por participar en trifulcas socialistas (Mugshot)

Durante estos años, colabora como periodista en diarios locales de inspiración socialista (como Il Proletario) y estudia en la facultad de ciencias sociales de Lausana. Se alinea con el ala revolucionaria del partido socialista, liderada por Arturo Labriola y envía correspondencia al periódico milanés Avanguardia socialista. En este período muestra su mayor cercanía ideológica con el sindicalismo revolucionario.

En 1904 comienza una relación sentimental con la activista socialista Angelica Balanoff y discute con el pastor evangélico Alfredo Taglialatela sobre el tema de la existencia de Dios desde un punto de vista contrario a la misma.

En noviembre de 1904, tras la amnistía que se dio a quienes habían huido del servicio militar obligatorio, Mussolini volvió a Italia. Realizó su servicio militar.

En 1907 obtuvo la habilitación para enseñar francés y en 1908 empezó a trabajar como profesor de francés en donde enseñará también italiano, historia y geografía. Allí dirige también el
semanario socialista La lima con el pseudónimo de «Vero Eretico».

Tras volver a Predappio, se puso al frente de un partido de los trabajadores agrícolas. El 18 de julio de 1908 fue arrestado por amenazar a un dirigente de las organizaciones patronales. Procesado por vía rápida fue condenado a tres meses de cárcel y puesto en libertad provisional después de 15 días. En septiembre del mismo año fue encarcelado de nuevo diez días por organizar unas elecciones no autorizadas.

Durante este período, Mussolini publica en Pagine libere ('Páginas libres') —una revista del sindicalismo revolucionario— el artículo La filosofia della forza ('La filosofía de la fuerza'), donde hace referencia al pensamiento nietzscheano.

En 1909 se trasladó a Trento, donde fue secretario de la Cámara del trabajo y dirigió el periódico L'avvenire del lavoratore ('La llegada del trabajador'). Ese mismo año fue protagonista de un choque periodístico con el director del periódico católico Il Trentino. También fue encarcelado en Rovereto por difundir periódicos secuestrados y por instigar a la violencia hacia el Imperio de los Habsburgo; es expulsado de la ciudad.

En 1910 publica una novela llamada Claudia Particella, l'amante del cardinale Madruzzo, sátira anticlerical. Participa en el congreso socialista de Milán. Es nombrado secretario de la federación provincial de Forlí y poco después se convirtió en editor del semanario La Lotta di Classe ('La lucha de clases').

En 1911 la sección socialista de Forlì, guiada por Mussolini, vota la autonomía del PSI. El mismo año publica un ensayo titulado Il Trentino veduto da un socialista ('El Trentino visto por un socialista') en el periódico Quaderni della Voce ('Cuadernos de la voz').




En octubre fue arrestado, procesado y condenado a un año de cárcel por participar en una manifestación contraria a la guerra (Italia contra Turquia por Cirenaica), que concluyó con actos de violencia con la policía. Mussolini había definido la aventura colonial africana del gobierno de Giolitti como un «acto de delincuencia internacional». En febrero del año siguiente, la Corte de apelaciones de Bolonia redujo la pena a cinco meses y medio y al mes siguiente Mussolini fue liberado.

La victoria del ala radical en el Congreso de Reggio Emilia, celebrado en 1912, le proporcionó mayor protagonismo en el seno de la formación política, que aprovechó para hacerse cargo del periódico milanés Avanti, órgano oficial del partido. Aun así, sus opiniones acerca de los enfrentamientos armados de la semana roja de 1914 motivaron cierta inquietud entre sus compañeros de filas, atemorizados por su radicalismo.



En 1913 fundó la revista Utopia.

En el congreso socialista del PSI de de 1914, presenta una moción por la que se reconocía la incompatibilidad entre el socialismo y la masonería. Por eso a fines de 1914 presentó su renuncia al Avanti. La división entre Mussolini y el partido se acrecentó con la proclama de neutralidad del primero tras la entrada de Italia en la Primera Guerra Mundial en mayo de 1915.

En noviembre del mismo año fundó el periódico Il Popolo d’Italia, de tendencia ultranacionalista, lo que le valió la expulsión del Partido Socialista Italiano.

Claramente se pueden apreciar las líneas ideológicas de Mussolini previas a fundar el fascismo y que le condujeron al poder dictatorial sólo 7 años despues de ser expulsado. Citándole: "No estamos hablando de alzar un nuevo estandarte político, sino más bien de librar la vieja bandera socialista de aquellos que se han envuelto en sus pliegues".
Momentos históricos aparte, la trayectoria política de Mussolini, podría ser la de la mayoría de los políticos socialistas españoles, excepto por el empuje personal, la independencia y el caracter.

Hoy, muchos vivimos con inquietud una nueva reforma del socialismo desde dentro, que despierta recelos justificados en quienes nos movemos dentro de posiciones demócratas liberales, conservadoras, centristas o tradicionalistas. La capacidad del socialismo para que de su seno surjan las mayores torpezas ideológicas es insondable. No lo digo yo: lo dice la Historia.

domingo, 15 de septiembre de 2013

¿España nos roba?


LOS ROYALTIES DEL "NEGOCI" DEL INDEPENDENTISMO: 




ESTEBAN URREIZTIETA EDUARDO INDA ROSARIO (ARGENTINA)
15/09/2013 PORTADA



DECLARACIONES A EL MUNDO DE GUSTAVO SHANAHAN, SOCIO ARGENTINO DEL HIJO DEL EX ‘PRESIDENT’

«Jordi Pujol Jr. invirtió doce millones en Rosario desde Suiza, Andorra y Panamá»

«Lo metió de golpe todo en negro. Tenía un gestor inglés muy antipático que se llamaba Herbert. Era su testaferro, el que le movía el dinero»
«Jordi nunca me iba a decir que el dinero era de papá. ¿Cuánta plata ha debido hacer en 25 años siendo dueño de todo? Los Pujol son como los Perón»
«Me dijo que Mas era un boludo y que le habían desaconsejado que hiciera el referéndum, esa locura de separarse de España»



Si el PSOE se hubiera puesto al lado del PP para decir NO claramente, el secesionismo catalán se habría acabado de cuajo

Gustavo Shanahan, socio de Jordi Pujol Ferrusola, confiesa que el hijo del ex presidente catalán invirtió «12 millones de dólares [algo más de 9 millones de euros] en el Puerto de Rosario (Argentina) desde tres paraísos fiscales: Suiza, Andorra y Panamá».

Shanahan va más allá en la descripción de su estrecha relación con el comisionista catalán, que es socio suyo desde hace ocho años. El empresario rosarino recuerda que Jordi «metió de golpe» los 12 millones de dólares «en negro». Y pone nombre al «testaferro» londinense que mueve el dinero en paraísos fiscales a la familia Pujol: «Herbert [Rainford]». Esta tesis coincide al milímetro con la de Victoria Álvarez, ex novia del primogénito del clan.

El rosarino se pregunta «cuánta plata pudo hacer Pujol» en las dos décadas largas que estuvo al frente de la Generalitat. «Esta familia es como los Perón, los dueños de todo», añade gráficamente.

Los negros negocios argentinos del primogénito del clan tienen su epicentro en Rosario, municipio de la región de Santa Fe situado a 300 kilómetros de Buenos Aires y que pasa por ser uno de los grandes motores económicos de Argentina.

Rosario vive y crece mirando al puerto fluvial, que se extiende sobre una superficie de 65 hectáreas, 30.000 metros cuadrados para almacenamiento de cargas y 33 kilómetros de vías férreas para distribuir la mercancía. Sobre todo, cereal, lo que la convirtió, ya desde principios del siglo XX, en el principal centro exportador del país.

Pero Rosario es ahora, sobre todo, la cuna de la familia Messi, que se ha erigido en la principal fortuna local y ha decidido invertir en las gigantescas torres de apartamentos que desembocan en la dársena del río –los rascacielos Aqualina– y en el denominado Vip Club, el restaurante y bar de copas de moda que, junto al Monumento a la Bandera, divisa el Paraná y su incesante ir y venir de gigantescos buques de carga.

Por eso no resulta extraño que Jorge Messi, padre del futbolista del FC Barcelona, fuera uno de los primeros en enterarse de que Jordi Pujol Ferrusola había aterrizado en la ciudad y se había hecho de la noche a la mañana con el control de su principal industria.

El padre de La pulga descolgó de inmediato el teléfono y llamó excitado a su hijo para contarle que «Puyol», su compañero en el Barça, había decidido invertir en su pueblo adquiriendo nada menos que el puerto. El delantero le respondió estupefacto que era la primera noticia que tenía y que le extrañaba mucho que no se lo hubiera dicho. «Que no te enteras, Jorge, no es Carles Puyol, es otro Pujol», corrigieron entre risas al padre de Messi los abogados de la familia, encabezados por la voluminosa figura de Ricardo Giusepponi. «El que ha venido acá es uno de los hijos del ex presidente catalán Jordi Pujol», precisó Giusepponi a los Messi, según la prensa local.

El Gobierno argentino sacó por primera vez a concurso una de sus joyas comerciales en 1998. Una compañía filipina, International Container Terminal Services, gestionó las instalaciones durante un par de convulsos años plagados de huelgas, hasta que la Autoridad Portuaria de Rosario (Enapro) rescindió el contrato y volvió a convocar la licitación con objeto de olvidar cuanto antes la fallida experiencia filipina y abrir una nueva etapa.

Sólo concurrió la sociedad Terminal Puerto Rosario, tras la que se escondía un complejo grupo catalán compuesto por operadores del puerto de Tarragona (Cementos Goliat, Fruport, Silos de Tarragona y Tarragona Port Services) que anunciaron una sinergia inmediata entre Cataluña y Rosario. Presumían del respaldo absoluto por parte de CiU y estaban encabezados por uno de sus miembros, Lluís Badía, hombre de confianza de Jordi Pujol padre que presidió el puerto tarraconense entre 1996 y 2004. Sintetizaron su oferta en cuatro palabras: «Catapultar mundialmente el puerto».

Gustavo Shanahan ha sido durante los últimos años el presidente de la concesionaria que integraba al lobby catalán. Miembro de la alta sociedad rosarina, con aires de gentleman inglés, recibe a EL MUNDO en la remozada cafetería del Hotel Savoy.

Shanahan tuerce el gesto cuando escucha el nombre del vástago del histórico líder nacionalista y pasa a explicar con profusión de detalles el auge y caída de Pujol Ferrusola en Argentina, por quien apostó personalmente, fue su inseparable socio y ahora, dice, «ya no se atreve a volver». «Es un cagador, un cagador consuetudinario», resume Shanahan empleando una expresión argentina con la que se tilda a los «estafadores».

«La relación de Pujol con Argentina viene de antes del Puerto de Rosario, con Menem de presidente», detalla. «Yo representaba a capitales rosarinos muy importantes, conocí a Jordi Pujol Jr. y pensé que sería interesante asociarse con un grupo tan poderoso y tener una pata en Europa, porque nosotros vivimos en el culo del mundo». Por eso, prosigue el empresario, «fui a Barcelona y estuve con él».

«Vi las sinergias que podíamos tener y la verdad es que uno se deslumbra», añade abriendo los ojos de par en par y recordando que la primera frase que acertó a pronunciar fue: «¡Qué bueno!». «Cuando le conocí, él ya estaba en el Puerto de Rosario con los operadores del puerto de Tarragona, pero sin figurar», apostilla. Entonces, la presidencia la ostentaba otro potentado local, Guillermo Salazar, vecino y amigo de la familia Messi.

El interés de Salazar por vender su parte despertó la inmediata curiosidad de Shanahan, consolidó la relación con Pujol Jr. y ambos planearon el asalto definitivo al puerto, que entre 2005 y 2009, mediante sucesivas compras de participaciones y ampliaciones de capital, les llevó a controlar el 70% de las acciones.

Emplearon para ello una sociedad conjunta radicada en España, Inter Rosario Port Services, situada en la Avenida Roma de Tarragona, a la que también se incorporó la mujer de Pujol, Mercè Gironés, y desde la que articularon su presencia en la instalación.

«Jordi Pujol Ferrusola metió de golpe 12 millones de dólares en Puerto de Rosario procedentes de tres paraísos fiscales: Suiza, Andorra y Panamá», precisa Shanahan. «Tenía un gestor inglés muy antipático», recuerda, «que era su testaferro». «Se llamaba Herbert, vivía en Londres, y era el que le movía el dinero. Me lo presentó en Barcelona». Se trata de un antiguo banquero de origen hindú, Herbert Arthur Joseph Rainford Towning, con despacho en el número 128 de Mount Street y especializado en la creación de estructuras societarias fiduciarias en paraísos fiscales. «Jordi no tenía plata blanca, lo metió todo en negro. Ahora es más difícil mover capitales en el mundo, pero hace unos años nadie preguntaba de dónde venía el dinero… y Argentina no es como España».

El testimonio de Gustavo Shanahan concuerda milimétricamente con el de la ex novia de Pujol Ferrusola, Victoria Álvarez Martín, que aseguró a la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal (Udef) y al juez Ruz que el «testaferro» que movía el dinero de la familia por todo el planeta era «un broker londinense llamado Herbert».

Shanahan describe la operativa seguida por el hijo del ex presidente catalán para instrumentar su inversión: «Metía el dinero por transferencias que iban a parar a cuentas de distintas compañías en Panamá y se monetizaban en una casa de cambio». A partir de ese momento, «el dinero entraba en el puerto tal cual». Vamos, que Jordi Pujol invertía en billetes contantes y sonantes. Eso sí, de los verdaderos ingresos no quedaba constancia alguna en la contabilidad oficial. «Si agarras los balances», abunda, «no te vas a dar cuenta de nada porque registran pérdidas. Están certificados ante notario, santificados... pero no reflejaban el dinero que entraba».

Junto a esta gran inyección financiera procedente de paraísos fiscales, y pilotada por Herbert, «Jordi metió además tres millones en blanco en una ampliación de capital para mantener sus acciones». «Estas transferencias sí que constan en los balances y se llevaron a cabo desde una sucursal del BBVA en Tarragona. Concretamente la número 1007», agrega Shanahan.

La aventura portuaria se prolongó hasta el otoño de 2012, cuando Shanahan, harto de las disputas con Pujol, vendió el negocio a la aceitera argentina Vicentín.

Shanahan asegura que ha vuelto a tener noticias de Pujol Ferrusola hace unos meses, cuando le comunicó que estaba siendo investigado por la Justicia española, que ha cursado una comisión rogatoria a Argentina. Le pidió no volver a intercambiarse correos, le contó que estaba «muy mal» porque no puede mover el dinero y que algún día hablarán de «la comisión» que le prometió pagar por sus gestiones en la venta y de la que «nunca más se supo». «Jordi es un boludo, un boludo total, un boludo de mierda» resume airado su socio Shanahan.