No hay cosa más patética que un hombre intentando disimular que no mira el escote de una mujer, cuando es evidente que se está despeñando por su canalillo. Además, ¡es que le pillan siempre!.. Por mucho que disimule y haga como que está mirando esa lámpara horrible del techo, lo cazan una y otra vez. Así que yo he decidido no disimular. Incluso hasta lo publicito.
Jamás se me ocurriría contestar a una mujer que me diga eso de "¿qué miras?", con un "es que observo si lo que me dices te sale del corazón", cuando está clarísimo que los ojos se me salen tras ese canalillo que separa dos fundamentos del mundo.
Del mundo, de la vida, del sexo, del amor, y hasta de la tracción animal, por aquello de las carretas. De bebé, supongo que veía una teta y lloraba de hambre. Ahora sigo igual, lloro de ganas de comérmela; a esa, a la otra, y a la dueña. Debe ser cosa de la edad, que aumenta el apetito.
El canalillo ha evolucionado, y para mejor. Yo recuerdo que de pequeño creía que por ahí respiraban las mujeres. Luego descubrí que es por donde suspiramos los hombres. Ahora el canalillo no parece ya una raja. Las libertades mamarias han quitado rigor y rigidez a las prendas femeninas y ya ese canal se convierte en valle. De lágrimas. Al menos para muchos que tenemos que conformarnos con el del ama de cría, a falta de la teta de quien nos roba el alma.
Cierto que también se llevan esos bra que convierten el canalillo en una prolongación de la raya del pelo. Hay a quienes parece que la cabeza les brote del mismo. Y van tan contentas. Esas no tienen misterio. El canalillo debe formar parte de la mujer, no al revés.
Y volvemos con la dichosa playa, que se ha empeñado en matar el misterio y anular el morbo de una mujer. Me pasa como con las piernas. Me embeleso con el canalillo de aquella que aún apresa sus senos, mientras me rodean tetas libres por todos lados. Ya lo he dicho antes, ¿será la edad?
Y es que, aunque ya estoy mayor, no quiero biberón; sigo prefiriendo teta.