Pues tal como suponía, nada de nada. Escenificación de la pataleta del PP y poco más, excepto el compromiso de que los pactos de Estado PP-PSOE sobrevivirán a estos dos colegiales enfurruñados y a lo que pase en la investidura.
Rajoy sigue en su papel, al que ya cada vez le queda menos, evidenciando que no se puede contar con él para lograr un gobierno constitucionalista si no es él quien lo preside. Personalismo incomprensible a estas alturas más que en quien sus allegados mantienen en la ignorancia de la realidad a base de aplausos.
Sánchez, en el suyo de intentar sobrevivir como sea. En fin, ningún cambio; sigue el guión previsto en esta función teatral en la que los dos saben que no hay más desenlace que sus sendos mutis por el foro.
Rajoy fuerza a Sánchez para que se estrelle, cierto, pero ya no creo que sea tan torpe como para creer que unas elecciones arreglarían nada. Si fuerza que Sánchez caiga él podrá irse presentando su ida como una generosa entrega y no como una derrota.
Lo que creo seguro es que ninguno de los dos gobernará. La función de teatro continúa para que los votantes de ambos acepten que gobierne otro. Y ese otro podría ser Rivera, con el plus de que un catalán en la Moncloa podría desmontar algunas falacias victimistas. A la función aún le queda tiempo en el escenario. Lo de la Investidura sólo servirá para que Sánchez se refuerce en su partido y para evidenciar el inmovilismo de Rajoy que acelerará su caida. O sea, un entreacto.
Sería deseable que lo inevitable se alcance sin necesidad de hacernos pasar por el bochorno internacional, y por el derroche de dinero y el mantenimiento de la desconfianza de tener que ir a unas nuevas elecciones por el empecinamiento personal de quienes anteponen sus intereses a los generales.