Iceta estaba por la labor de repetir aquel tripartito de Montilla y ver si así se aupaba a una poltrona a la que no llegará con los votos de sus votantes. Por eso no aceptó anunciar un pacto post electoral con las fuerzas que están con la legalidad, la democracia y la Constitución. Su apuesta por incluir en puestos destacados a destacados nacionalistas era un anticipo de su intención. Entre sus votantes, como entre los de Colau, los hay que quieren pelo y otros que prefieren pluma, por lo que la mejor definición del PSC es su indefinición. Sus bases no diferencian entre apoyar al Estado o apoyar al Gobierno, y la desmedida campaña sectaria contra el PP del PSOE y Sánchez ahora les pasa factura.
Colau les ha dado con la puerta en las narices y el PSOE no reacciona dando un portazo a los populistas allí donde gobiernan gracias a su apoyo. El anteponer tocar poder, pisar moqueta y cobrar por ello a unos principios y convicciones, tiene estas cosas y hace imposible a quienes se han desprendido de ellos obrar por otros motivos.
El PSC ha perdido una oportunidad de oro para aparecer como si tuviera firmes convicciones constitucionales y haber sido ellos quienes rompieran con los de Colau. Pero eso hubiera requerido que supieran donde están, a donde van y lo que quieren, además de explicar que su apoyo al populismo es por el interés de los ciudadanos, no por su propio interés partidista. Y no parece.
Y ahora, un PSOE humillado sigue apoyando a quienes reniegan de su posición constitucionalista señalándolo sin pudor mientra ellos agachan la cabeza para no perder donde sientan sus culos. Es el precio de prostituírse.