Afirmar que la edad o el hábitat tienen importancia a la hora de explicar el voto, no es un juicio de valor, es un hecho. El trabajo de la sociología consiste en identificar las pautas que nos permiten entender mejor lo que ocurre en nuestra sociedad.
Todo mi respeto a quienes nos votan y a quienes no, a quienes nos apoyan y a quienes no. Toda mi admiración a los que nadan contracorriente
Así que ya saben, como soy divorciado soy muy malo, maltratador y me como a los niños crudos. Es lo que tiene entrar con barba en la guardería de Bescansa.
Anoche oí a marianistas diciendo que si se extrapolan las gallegas a unas próximas elecciones, Rajoy ganaría. Al margen de lo disparatado de extrapolar las gallegas y no las vascas, quien ganaría sería Feijóo si se presentase, no Rajoy.
En las vascas se ha presentado a un marianista militante, Alonso, ex portavoz del PP en el Congreso y Ministro de Rajoy y, por mucho que quieran presentar como un éxito el no haber perdido nada más que un escaño, siguen estancados en el desastre. El PP vasco sigue en su descenso por mucho que se haya desacelerado. Cuando desaparezca se podrá decir que éste ha parado.
Feijóo no es precisamente un marianista, su guía siempre fue Aznar, no lo esconde, y ha tenido serios enfrentamientos con Génova. Internamente es un rival para Rajoy, y ahora se refuerza en la misma medida que Rajoy se debilita.
Contar otra cosa es seguir en campaña y en la mentira permanente en la que el PP de Rajoy está instalado desde hace demasiado.
Feijóo hoy descarta su pase a la política nacional pues dice que ha firmado con Galicia para presidirla los cuatro próximos años y no va a fallarles. Pero no hay que olvidar que Aznar, como él, también había firmado un contrato con su Comunidad Autónoma para presidirla durante cuatro años. Lo dijo en su momento y a los dieciocho meses estaba en Madrid como líder de la oposición. Feijóo podría hacer lo mismo con la ventaja de que el salto podría ser a la Presidencia del Gobierno.
El problema de España hoy es el sectarismo en el que se han instalado los seguidores de los grandes partidos. Este mítin histérico, sectario y excesivo no es más que un botón de muestra. Es difícil ver algo así en países democráticos de nuestro entorno, mucho más si proviene de un partido alternativa de gobierno y que se dice democrático.
Este guerracivilismo que presenta al rival como enemigo y lo propio como lo único válido, incluso apelando a Dios, tiene mucho de fundamentalismo. Y no ideológico precisamente, sino sectario.
En el PSOE el sectarismo y la tensión social se empezó a alentar con Zapatero y ahora llega a cotas impensables con Sánchez, pero la reacción en el PP no ha sido menor. Si en tiempos de Zapatero la derecha acusaba de sectarismo a la izquierda, ahora está en lo mismo que criticaba. Las bases de los partidos odian al adversario que su fanatismo convierte en enemigo. Todo lo que haga el contrario está mal, incluso lo que está bien, y todo lo que hacen los propios está bien, incluso lo que está mal. Hasta el posible aliado es objeto de sus ataques y descalificaciones en cuanto ponga condiciones a su apoyo.
De este modo es imposible razonar, y sin razonar no sólo es imposible negociar, sino hasta dialogar. Esto está haciendo cada vez más difícil la convivencia, así que es imposible que haya desbloqueo. Y lo peor es que no se produce para buscar el bien general sino el partidista, incluso el particular de determinados líderes a quienes tampoco importan sus partidos más que como instrumentos para su propia gloria y desmedidos egos.
Los españoles que piensan distinto que uno mismo o que apoyan opciones distintas a la preferida, son considerados enemigos que quieren acabar con España y los españoles. Y eso no es así excepto en contados casos que, incomprensiblemente, se benefician de la legalidad cometiendo ilegalidades y del Estado luchando contra el Estado. Pero esto es otro cantar, aunque les favorece la falta de unidad de los españoles que debieran defender su unidad.
El sectarismo es ciego, pero muy destructivo. No hay solidaridad desde el sectarismo. No hay colaboración ni trabajo conjunto desde posiciones sectarias. No habrá objetivos comunes desde esas posiciones excluyentes. Sí habrá odio. Y ya me dirán qué se puede construir odiando al que debe construir contigo.
Quienes desde sus diferentes responsabilidades fomentan eso no son suicidas, ellos se escaparán, pero harán que a la postre nos suicidemos los demás como sociedad, como nación y como un proyecto común. Dejémoslos solos. Que se destruyan entre ellos, pero que nos nos arrastren a los demás.