Este guerracivilismo que presenta al rival como enemigo y lo propio como lo único válido, incluso apelando a Dios, tiene mucho de fundamentalismo. Y no ideológico precisamente, sino sectario.
En el PSOE el sectarismo y la tensión social se empezó a alentar con Zapatero y ahora llega a cotas impensables con Sánchez, pero la reacción en el PP no ha sido menor. Si en tiempos de Zapatero la derecha acusaba de sectarismo a la izquierda, ahora está en lo mismo que criticaba. Las bases de los partidos odian al adversario que su fanatismo convierte en enemigo. Todo lo que haga el contrario está mal, incluso lo que está bien, y todo lo que hacen los propios está bien, incluso lo que está mal. Hasta el posible aliado es objeto de sus ataques y descalificaciones en cuanto ponga condiciones a su apoyo.
De este modo es imposible razonar, y sin razonar no sólo es imposible negociar, sino hasta dialogar. Esto está haciendo cada vez más difícil la convivencia, así que es imposible que haya desbloqueo. Y lo peor es que no se produce para buscar el bien general sino el partidista, incluso el particular de determinados líderes a quienes tampoco importan sus partidos más que como instrumentos para su propia gloria y desmedidos egos.
Los españoles que piensan distinto que uno mismo o que apoyan opciones distintas a la preferida, son considerados enemigos que quieren acabar con España y los españoles. Y eso no es así excepto en contados casos que, incomprensiblemente, se benefician de la legalidad cometiendo ilegalidades y del Estado luchando contra el Estado. Pero esto es otro cantar, aunque les favorece la falta de unidad de los españoles que debieran defender su unidad.
El sectarismo es ciego, pero muy destructivo. No hay solidaridad desde el sectarismo. No hay colaboración ni trabajo conjunto desde posiciones sectarias. No habrá objetivos comunes desde esas posiciones excluyentes. Sí habrá odio. Y ya me dirán qué se puede construir odiando al que debe construir contigo.
Quienes desde sus diferentes responsabilidades fomentan eso no son suicidas, ellos se escaparán, pero harán que a la postre nos suicidemos los demás como sociedad, como nación y como un proyecto común. Dejémoslos solos. Que se destruyan entre ellos, pero que nos nos arrastren a los demás.
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