Estábamos equivocados: la paz sí tiene precio. Precio político. Si no lo tuviese, no estaríamos ahora mismo discutiendo hasta dónde puede ser lícito pagar. Toda la grandilocuente palabrería oficialista de estas horas no es más que logomaquia circunstancial, cháchara envolvente, verbalismo de ocasión. Si llega la paz, vendrá con una factura.
La política antiterrorista de los últimos años sí se basaba en la idea de no pagar ningún precio, porque partía del concepto de la resistencia. El Estado lucharía sin tregua hasta la rendición del enemigo; si ésta se llegase a producir, podría haber un detalle con los presos menos involucrados en la carnicería. Y punto; era un camino de sangre y lágrimas asentado sobre un criterio de rocosa firmeza moral. Pero en el momento en que el Gobierno cambió de premisa para priorizar la posibilidad de un acuerdo, el concepto dominante pasaba a ser el de la negociación. Y negociar implica ceder. Lo que vamos a presenciar a partir de ahora es un debate sobre los límites de esa cesión.
Desde el punto de vista pragmático, quizá se trate de una estrategia adecuada. Importan las realidades, no los conceptos; la meta, no el camino. Y puede que el presidente Zapatero, en su osadía, conozca bien a nuestros compatriotas y analice con tino la dominancia de las éticas indoloras en una sociedad blanda, acomodada y permeable. Desde el prisma moral las cosas son algo más rígidas: cualquier acuerdo implicará la aceptación de que la violencia ha resultado de algún modo útil.
Porque lo de los brazos en alto que dijo Bono no se lo cree nadie, ni mucho menos Bono. Es cierto que ETA ha podido decidir, bajo un potente síndrome de agotamiento, «bajar la persiana», pero si lo hace es porque ha constatado la posibilidad real de obtener ahora algún beneficio. Si le parece escaso, le quitará el polvo a sus armas y encontrará en su cínico código el modo de echarle a alguien la culpa. Y si resulta generoso constituirá una ominosa humillación, una imborrable vergüenza nacional.
Como el proceso ha de ser necesariamente largo, nadie va a poner sobre la mesa sus bazas claves en un primer momento. Más bien al contrario: estamos en la fase de máxima exigencia. Eso sale en cualquier manual de negociación de los masters más baratos. Por ello los etarras hablan de autodeterminación y el Gobierno de entrega sin condiciones. No habrá ni una cosa ni otra, pero se van a discutir contrapartidas. Marcos legales para los batasunos, mesas de partidos, estatuto, referéndums, alivios penales, reinserciones subvencionadas... Al final dependerá de nosotros, de los ciudadanos. De los límites de exigencia moral que seamos capaces de imponer a la clase política. Y, sobre todo, de los que nos impongamos a nosotros mismos. De la solidez del fondo de nuestra dignidad colectiva.
Porque precio, lo que se dice precio, ya lo hemos pagado en vidas. 851, para ser exactos. Ésa es la verdadera factura. Demasiado cara para añadirle el Iva de una deshonrosa ignominia.
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