Ya los histéricos de siempre se han disparatado.
Ya empiezan a contar con los dedos para decir que donde -cuando el PSOE era oposición- cabían dos millones de personas, ahora caben sólo cien mil. Ya están de los nervios porque hay quienes quieren ejercer su derecho a manifestar públicamente lo que creen. Ya están de los nervios porque dejan en evidencia a unas sandeces contra natura que estos pobres infelices quieren convertir en normales, cuando el concepto de normalidad que tienen no se aleja del que pueda tener una ostra sobre la formación del universo.
Los gritos histéricos, los insultos, los intentos de descalificación, el intentar decir que fueron cuatro gatos, no demuestra más que estos pobres extremistas no sólo no respetan ni conocen la democracia, sino que se creen salvadores del mundo mundial. Además de delinquir, pues tipificado está en el código Penal como delito el insultar a una religión, a sus símbolos o a sus creyentes. Pero eso a estos necios descerebrados les da igual. Aquí todo el mundo tiene que creerse lo que ellos creen, colocarse hasta las cejas porque ellos lo hacen, y desparramar una y otra vez contra algo que desapareció hace treinta años y añorar lo que también desapareció hace más de setenta.
Claro que se delatan no sólo por su nula capacidad para argumentar coherentemente e incluso para escribir, sino por su absoluta falta de respeto y talante democrático, además por su eterna cantinela de llamar fascista a todo aquel que no les aplauda. Pena de neuronas y pena de pasado, pues si sus padres hubieran tenido el concepto de familia que ellos dicen tener, no estarían hoy aquí para dar el coñazo con su eterna monserga, y con su tremenda idiocia que les hace creer que lo que se niega que existe, simplemente deja de existir.
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