Rajoy ha hecho una declaración tras el Consejo de Ministros extraordinario. Dice que su obligación es cumplir y hacer cumplir la ley. Pues no ha hecho cumplir la ley al Parlament ni al Govern, llevar a los tribunales el incumplimiento es intentar que paguen por haberla incumplido, no hacerla cumplir.
Insiste en que el problema es la celebración del referéndum, lo que es preocupante porque evidencia su ceguera ante la realidad: el problema es que ya se han saltado la ley y la Constitución al convocarlo.
Y eso de que "probablemente nadie pudo imaginar un espectáculo tan deplorable como al que asistimos ayer", sólo decirle que desde aquí mismo hemos imaginado eso y más a la vista de la inacción continuada del Gobierno y su falta de acción ejecutiva para impedir el constante desafío independentista. Y no soy el único que lo he imaginado y anunciado. Ojalá me hubiera equivocado, y ojalá me equivoque sobre lo que suele pasar cuando no se hace nada y luego se termina teniendo que hacer todo por la fuerza.
Un discurso poco convincente, que huele más a consenso que a acción de gobierno y más propio de un debate parlamentario que de una declaración contundente de un gobernante. El ejemplo que estamos dando al mundo no es el de la convivencia sino el de un Estado fallido e ingobernable. No es el de unidad sino de todo lo contrario. Y, desde luego, el Gobierno que preside es ejemplo de cualquier cosa menos de contundencia en la defensa del Estado, de sus servidores y de la democracia. Todo lo contrario.
Dice que sabe lo que se espera de él y cual es su obligación. Yo lo pongo en duda, a los hechos me remito. Aunque puede que sepa lo que algunos esperamos de él: nada hasta que llegue el desastre.
Así que, a mí al menos, esto no sólo no me tranquiliza sino que aumenta mi preocupación y alerta. Es como si ante una invasión se esperara a estar invadidos para intentar evitarla.