Mariano Gomà - 19 diciembre, 2017
Acostumbro a ser optimista, puede que por naturaleza, procurando pensar en positivo, así que confío en que una normal alteración de las condiciones naturales de cualquier cosa o estado siempre tiende a volver a la calma y a la normalidad. Quizás por ello sigo confiando en lo que confío, bajando a la arena a defender lo que creo en principios y valores, pero sobre todo para luchar por la concordia y la convivencia entre las personas, que es la base fundamental de la supervivencia de un género humano que habita éste maravilloso planeta sin reparar en que lo hace totalmente de prestado en el tiempo.
Sin embargo, ese natural optimismo se me enturbia estos días con los acontecimientos políticos que vivimos y, sobre todo, los que nos esperan en los próximos días, puesto que el triste pasado ya pasó y, aunque con profundas heridas abiertas, debemos enfrentarnos al día de hoy y, sobre todo, al mañana.
Las próximas elecciones del día 21-D van a ser determinantes para ese futuro y el horizonte que presentan me parece oscuro y tormentoso, puesto que no puedo entender la radicalización, hasta violenta, de un soberanismo imposible tanto por su ilegalidad, cuanto por su absoluta incompatibilidad en los aspectos económicos, identitarios y nula aceptación en el contexto internacional.
Que un grupo radical antisistema, después de su destructivo papel en la legislatura, todavía pueda mantener apoyo social suficiente para seguir dañando gravemente las estructuras de democrática convivencia, es algo incomprensible en un país moderno donde la sensatez debe siempre imponerse a la estulticia. Que partidos de aquel nacionalismo histórico -o que han derivado a ello desde una base burguesa que se ha alimentado y enriquecido aprovechando los recursos humanos de una España empobrecida por una cruel guerra civil- puedan, de forma insensata y antinatural, aspirar a vivir en una arcadia feliz que va a enviar a la base social productiva al empobrecimiento masivo, no puede ser considerado más que una perversidad de un pretendido nuevo sistema que mantendrá en sus privilegiadas atalayas a la clase dominante mientras envía a la ruina a la clase trabajadora, cuando no obligando al gran sector de la inmigración a retornar a sus países de origen.
Ése es, pues, un escenario que enturbia mi visión pero, por una parte mi optimismo natural. unido a la confianza que debo depositar en una sociedad catalana que está experimentando el angustioso vértigo del abismo, con los dirigentes golpistas admitiendo, aunque solo sea para eludir temporalmente la prisión, que todo lo que hicieron y declararon fue una simple broma, de igual forma que ahora acatan una Constitución y unas leyes de las que renegaron, me afianza en la idea de que se va a votar masivamente por la normalidad de una nueva Cataluña y que la vergüenza ante los hechos de todos aquellos sectores que creyeron en que esa locura era posible, les lleve a opciones de futuro cierto o a quedarse en casa.
Debe pues imponerse el sentido común y la cordura, por lo que estoy convencido de que el pueblo catalán optará por la concordia, la convivencia y la solidaridad; virtudes éstas de las que siempre ha hecho gala a lo largo de la historia.
Mariano Gomà es ex presidente de Societat Civil Catalana.