Hoy hace dos meses. Sus familiares, compañeros, amigos y gentes de bien esperan justicia y aclaraciones. Incluso con huelgas de hambre y pancartas. Pero están solos. Vergonzosamente solos. Hoy hace dos meses de su muerte. Once muertes. Once vidas valientes perdidas en el fuego del monte.
La exconsejera que dimitió por no sé qué cuentos, pero que nunca admitió su responsabilidad, recordará la fecha mientras coloca las fotografías de los suyos en su nuevo despacho. El que, como premio por no haber dejado que las llamas chamuscasen a Zapatero, el gobierno le ha regalado como Directora General de Relaciones Institucionales de una empresa pública. La empresa, dedicada -tiene narices- a suministrar material nuclear a las centrales nucleares a las que ella siempre combatió, creó el cargo para dárselo seguidamente a la responsable ex consejera de Medio Ambiente.
Pero claro; la culpa fué del viento.
El mismo viento al que parecen responsabilizar también de la muerte de catorce soldados en Afganistán. Catorce valientes desplazados hasta allí supuestamente para ayudar a zurcir a las mujeres afganas. Pero el viento debió de enredar los encajes en las aspas de su helicóptero. Ahora sí, sus restos fueron identificados rapidísimamente. Bueno, menos unos pocos que aparecieron al día siguiente..; pero enseguida los inhumaron en un ataúd común y sin nombre.
El viento. El mismo viento que, si no lo remediamos, se llevará las posibles responsabilidades y aclaraciones bastante más allá de nuestros recuerdos.
El mismo viento que parece que se ha llevado a los progres que tanto clamaron cuando la responsabilidad por otros muertos caía sobre los de otro color político. Los muertos son muertos siempre; con calma o con viento.
¡Joder con el viento!
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