Hace un momento he vuelto a presenciar como la policía ha tenido que impedir que un periodista se cuele entre las familas de las víctimas para que los medios puedan seguir comerciando con nuestro dolor. Estos medios se han quedado sin el que les proporcionaba el morbo de las noticias e incluso de las conversaciones que entre nosotros cruzamos. Algunas veces presa del dolor y hasta como lamentos. No es de ningún consuelo ver esas frases aireadas en las páginas de los periódicos. Si algún familiar quisiera declarar algo, no tiene más que salir a la puerta del hotel y levantar el dedo.
Hemos sido nosotros los que hemos exigido que se nos ayude a proteger nuestra intimidad. No es una decisión desde arriba, aunque desde arriba se dé la orden de evitar la entrada de periodistas. Al menos que nos quede la intimidad. Y más cuando la tensión de la espera se hace cada vez más insoportable y vamos quedando menos aquí. La oficina que aquí tiene el Ministerio del Interior -la de Protección Civil que encabeza de manera muy efectiva, cercana y humana su Directora General, Pilar Gallego- es una oficina de atención a las familias, no una oficina de información a la prensa.
Ya conseguimos que se expulsara a quien secuestraba lo que aquí ocurría, lo tegiversaba o provocaba reacciones determinadas para luego tener carnaza que ofrecer y aparecer de figurante en primeras planas. Ya lo hemos expulsado, y además con unos dedos marcados en la cara debido a la indignación de una madre a la que se aplaudió. Y aún tuvo la desvergüenza de volver a dar otra entrevista después de ello. No sé lo que dijo ni me interesa. Tan sólo digo que en absoluto representa el sentir de las familias. Todo lo contrario. Y diga lo que diga.
Que en su tierra, a la que ha defraudado y deshonrado, le reciban como se merece. O que no lo reciban. Pero ya le vale.
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