Ayer ya identificamos a quien lloramos. Ya por fin fueron entregados sus restos a la familia. Termina por tanto una larga y angustiosa espera y se vuelve a la privacidad del duelo, al dolor en la intimidad. Pero otros muchos aún esperan a eso mismo. Y cada vez más solos, pues quienes les acompañábamos en la misma dolorosa espera vamos retornando a la vida real mientras ellos permanecen en el limbo, donde aguardan a que los restos de los suyos les sean entregados.
Es un proceso extraño, un dolor añadido, una sensación de soledad y cierto abandono la que se produce cuando ves que las familias con las que has estado compartiendo dolor y espera se van a reencontrarse con los suyos, aunque estos no sean más que ataúdes donde abrazarse. A la sensación inicial de casi alegría cuando se produce una nueva identificación, le sigue otra de desasosiego por la impresión de que nuestro familiar aún no ha sido identificado. Yo lo he estado viviendo hasta ahora.
Por ello, tras el retorno de mis familiares a sus puntos de origen, yo iré a acompañarlos, a darles una palmadita en el hombro, a contarles como se desarrolla el proceso final de la espera si me lo preguntan. A compartir con ellos una triste sonrisa. A intentar mitigar esa extraña sensación de nueva pérdida. A que no se sientan tan solos en esa nueva sala, más pequeña, a la que ahora ha sido trasladada esa su tensa espera.
Y a saludar a los que continúan trabajando sin descanso, precisamente para que los que quedan puedan reencontrarse con los que han perdido y proceder a su despedida definitiva en la intimidad. Es algo que necesito para empezar a remontar esta triste, abrumadora y excesiva experiencia.
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