El hasta hace unos días jefe de Gabinete de Rajoy, Jorge Moragas, ha sido durante estos últimos años el hombre decisivo en las decisiones –más bien indecisiones- tomadas sobre la crisis nacional en Cataluña. Y aunque ha huido de la quema electoral de su Presidente con puntualidad wertiana, camino de un puesto en la ONU que, para un embajador sin embajadas en su haber, resulta mollarmente oportuno, su espíritu, que es el de la inacción como estrategia y la parálisis como táctica, sigue marcando la política del PP pese a la prueba irrevocable de su error: la debacle en las urnas del 21D.
Moragas, amigo de Sánchez Camacho, de la novia de Pujol junior y de otras criaturas políticas espiadas y espiables en Pujolandia, ha suplido la ignorancia absoluta sobre los asuntos internos catalanes que ha aquejado a todos los presidentes del Gobierno en España, sin excepción, pero que en el caso de Rajoy, con experiencia en cinco ministerios y la Vicepresidencia de Gobierno con Aznar, es menos excusable que en los llegados a Moncloa sin experiencia de Poder, que han sido todos, excepto Leopoldo Calvo Sotelo, el que menos tiempo y con más dificultades graves tuvo que gobernar.
"Los que sabían" aconsejaban no hacer nada
Un Presidente puede no saber casi nada de casi todo, pero un Estado grandón como España le permite elegir asesores sobre todos los asuntos, previsibles o imprevisibles. Cataluña era las dos cosas. Y lo peor que se veía venir tras Zapatero, el Tripartito y el vicepujolismo o arturmasismo, llegó, corregido y aumentado por la seguridad de que Moncloa nunca iba a atreverse a frenar el golpe de Estado hasta que fuera demasiado tarde. Sin embargo, Moragas, que, como decían Rajoy y sus sorayos, "conoce muy bien aquello", aconsejaba siempre no intervenir y dejar que todo se fuera desarrollando, seguro de que nunca se atreverían a "llegar hasta el final". Y llegaron dos veces: en el referéndum de Mas y el de Cocomocho. Tras el primero, tras asegurar Rajoy que no se iba a celebrar, dijo Soraya que era como si no se hubiera celebrado. En el segundo, dijo Soraya hablando por Rajoy, que "se había mantenido la legalidad". Es decir, que creyeron a pies juntillas a Moragas cuando decía que no pasaría nada, y cuando sí pasó, dijeron, como si Moragas hubiera acertado, que nada serio había pasado.
Pero si será serio lo que ha pasado que el PP está, según todas las encuestas, en la mesa de operaciones y camino de la de autopsias. A un año de las elecciones municipales, autonómicas y europeas –éstas, ojo, con circunscripción única, sin las ventajas de la Ley Electoral para PP y PSOE-, el "Partido ce ese", que ayer llamó despectivamente Rajoy "de aficionados", está muy cerca de arrebatarles la mitad de sus votantes e incluso la victoria. A esto han conducido los consejos de Moragas durante seis años. Él se ha largado a Chollowashington y Rajoy sigue como si tal cosa, en plan zombi.
El papel de Arrimadas y el papelón de Albiol
Toda la campaña electoral, que nunca debió celebrarse antes de que fueran juzgados los golpistas y desmontada su trama policial y mediática, la basó el PP en dos premisas: que Ciudadanos no era de fiar y que Rajoy era el verdadero candidato y el que aseguraba los votos y los escaños. Si se hubieran presentados como aliados de Arrimadas en vez de censores, y si el candidato Albiol hubieran protagonizado esa campaña podrían haber dicho que el éxito de Ciudadanos lo consideraban suyo y que si había algún error no era achacable a Rajoy. Se impuso el rajoyismo-moraguismo-sorayismo, y el fracaso ha sido de Rajoy como líder y del PP como partido nacional.
Podrían haber aprendido del trompazo. Pues no señor: se empeñaron en decir que Arrimadas renunciaba al Poder, como si pudiera ser investida sin que la Mesa del Parlamento se conformara en sentido constitucional y la llamara a formar Gobierno. Pero junto a los ataques a Ciudadanos todos vimos que Podemos prefería a los separatistas, con lo que era imposible siquiera plantearse lo que el PP pedía a Inés Arrimadas… para estrellarla.
Y en la apertura del Parlamento, el PP cometió otro de esos errores que uno creía abandonados tras la huida de Moragas: saludó como "brisa de esperanza" el discurso del golpista redomado Torrent y llamó mezquino al "Partido ce ese", del grasioso Méndez de Vigo, por no traicionar a los electores que votaron a Ciudadanos y no al PP regalándoles un diputado para cuadrar las cuentas de la desastrosa campaña. Los que al lograr su último escaño cantaban "yo soy español, español", eran los malos. El tío que se pasado la vida combatiendo a España y los españoles era el bueno, la "brisa", el "aire nuevo", "la esperanza de que se volvería a la legalidad".
No es una estrella, es una política
Y ahí es donde se creció y, ante una opinión pública despistada, se reveló como una política –no sólo una estrella de cartel- Inés Arrimadas. Fue la única que no le hizo reverencias ni mimos a Torrent y la que en una actuación memorable en TV3 corneó al matasiete que pretendía apuntillarla porque ni ella ni los representantes de Ciudadanos habían cantado "Els Segadors". Rivera ha estado muy bien, como si por fin siguiera su guión, que es el de servir a lo que cree la mayoría, no a lo que dicen los moragas. Pero Arrimadas lo tenía bastante más difícil y no ha podido hacerlo mejor. Esa "brisa" que ve Mariano y que sólo es el ventarrón del Prusés, es la que hincha las velas electorales de Ciudadanos. Para ser simples "aficionados", les están dando para el pelo a Rajoy y sus "profesionales" de la inacción.
F.J.L.