Escasean las voces que defienden la libertad de expresión.
El periodismo del pesebre se ha impuesto en España de una manera vergonzosa. Hoy son contados los periodistas que clamen por la libertad de expresión. Todo lo contrario, abundan los ataques contra quien ha sido condenado a una multa en una sentencia que aún no es firme, y en la que aparecen algunas torticeras argumentaciones jurídico-políticas que ya se adivinaban a la vista del trato de favor que la juez hizo al demandante durante la vista.
El objetivo de Gallardón ya se había logrado tan sólo con sentar ante un tribunal al periodista Losantos. Era una prueba de fuerza dentro de su partido y un canto a su patrocinador, Prisa, de cara a desmarcarse de la imagen de político de derechas. Llevo tiempo diciendo que Gallardón ni es de derechas ni de izquierdas, pero tampoco de centro. Es sencillamente gallardonista. Además de paradigma de la soberbia del pijoprogre de pelas a quien el poder se le subió a la cabeza desde muy jovencito.
El desprecio que supuso para la cúpula de su partido -desde donde se le pidió que no siguiera adelante con la demanda, que él aseguró que retiraría y no lo hizo- no es distinto del que hizo a sus votantes a finales del año pasado. Aunque esto último ya hubiera bastado para que la misma prensa que lo apoya -de haber estado en cualquier otro país de nuestro entorno- lo hubiera descalificado como político al servicio de los ciudadanos.
El que por una pataleta producida porque el aparato de su partido no lo incluyó en las listas al Parlamento -cuando ya lo había incluido en las listas para encabezar la candidatura Municipal por Madrid, gracias a lo cual los electores lo eligieron como Alcalde- llegara a amenazar con abandonar el cargo para el que lo habían elegido, es el mayor desprecio al electorado que un político occidental ha hecho en los últimos años. A excepción del desprecio que supone la mentira y el engaño que Zapatero ha encabezado en las últimas elecciones. Aunque este último se pueda inscribir más en la mentira electoral -que ya Tierno Galván consideró legítima- que en el desprecio a quienes ya han elegido a alguien.
El que se haya abierto un peligroso precedente de cara a coartar la libertad de expresión, no parece importar en absoluto a quienes consideran que a ellos no les tocará, tan sólo porque a quienes ellos mismos atacan y critican no tienen la soberbia de este impenitente y avaricioso político, y no se les ocurriría sentar a un periodista ante un tribunal por expresar opiniones, al menos hasta ahora. Pero se evidencian como nulos defensores de la libertad de expresión, al tiempo que vergonzantes y serviles voceros del oficialismo imperante del que comen.
Un periodista ante un tribunal ya es una mala noticia en una democracia. Un periodista apedreado y lapidado por el resto de "periodistas" es más: es una drama para la libertad. Y un político triunfante e intocable por la opinión, un desastre para la democracia.